viernes, 6 de agosto de 2010

Camino de Santiago v2010 - Etapa I

“Siempre adelante”
Rimbaud

“¡No siento las pien-nas!”
Rambo

Etapa 1 - 20 de julio de 2010.
Segovia-Simancas, 116 Km.
Desnivel acumulado: 347 m.
6 horas y 14 minutos pedaleando.
Salimos a las 8:20 y llegamos a las 15:40.

¿Qué por qué hacemos esto? No lo sé. Y, la verdad, si te detienes a pensarlo, no lo haces. Al terminar una jornada y recordar las infinitas rectas, las cuestas imposibles, el sufrimiento, el cansancio, la sed... te dices que no volverás a repetirlo. Sin embargo, hay multitud de cosas que compensan con mucho todo lo negativo (?): la satisfacción de superar todas esas dificultades, de rebasar lo que creías que eran tus ímites, la sorpresa de un nuevo paisaje al coronar un collado... Además, esas sensaciones, esos sentimientos, se multiplican si se comparten en grupo, si vas acompañado. El compañerismo es una de las cosas (muchas) con las que te recompensa el Camino.

Por eso está claro que hacer el Camino en solitario es una experiencia totalmente distinta. Pedalear (o andar) en solitario cientos de kilómetros da para otras experiencias interiores y, seguro, más profundas, pero diferentes. Creo que el peregrino que se plantee el Camino como una experiencia exclusivamente religiosa o, al menos, espiritual, debería hacerlo obligatoriamente en solitario. Eso sí, relacionándose con los peregrinos con los que el Camino le haga encontrarse; pero esencialmente en solitario.

Cada uno de los sherpas-bicigrinos salimos desde nuestras respectivas casas prontito. Pedro, desde La Granja y yo desde Segovia. Juntos fuimos a buscar a Javi a Zamarramala. Para abrir boca, no está nada mal la cuesta de la Vera Cruz.


A las 8 y 20 iniciamos el pedaleo por las pistas que tantas veces habíamos recorrido en semanas anteriores: Los Huertos, los restos pedregosos de la vía del tren, Añe, Santa María, Nieva... Hasta aquí, todo según lo previsto.

Pronto rebasamos a los primeros peregrinos.


En un tramo arenoso, tengo una “salida de pista”. Se va la rueda y las alforjas “tiran” de la bici. Al sujetarla, me resiento del golpe el el costillar que tuve en la caída de la nocturnada de Cercedilla, quince días antes. Al principio no puedo respirar con comodidad, pero si pedaleo con cuidado, se soporta. Es un dolor que de vez en cuando me irá molestando en algunos tramos de lo que queda hasta Finisterre, pero para eso llevo el ibuprofeno, gran amigo mío estos días.


Desde aquí, y a pesar de las advertencias de sh-Enriquet, tomamos las pistas del pinar. Al principio íbamos relativamente bien. Más adelante, imposible. Con las alforjas, las ruedas se clavaban literalmente en la arena. Fueron kilómetros que pasamos como pudimos, arrastrando las bicis en bastantes momentos. Después de la experiencia, desde Coca, siempre que hubo posibilidad, tomamos la carretera.

Acercándonos a Nava de la Asunción, nos cruzamos un grupo de chavales que están haciendo un trozo del Camino en sentido inverso. En toda la etapa nos encontramos únicamente con tres parejas de peregrinos haciendo el Camino. Al llegar al pueblo de sherpa-Periko (Pedro Cañero para los aborígenes) nos tomamos una cerveza, combustible del bicigrino y buscamos a Margarita, la hospitalera. Cierra los martes, pero amablemente nos atiende, nos pone el primer sello del Camino y nos da un pastelito (crema o nata, a elegir).


Coca, Pedrajas de San Esteban, Alcazarén... Todo está siendo llanura, girasol, cereales y sol, mucho sol. Cervecitas reconfortantes en Alcazarén (y hielo en la Camel) y sello en Valdestillas.


Hasta Simancas, kilómetros, asfalto y calor. Acompañamos un rato el Eresma, al que habíamos abandonado en Coca al evitar los pinares.

Al paso de estos dos "elementos", los lugareños se van quedando ciegos sin remedio.


Pasamos el Duero y atravesamos el puente sobre el Pisuerga para subir a Simancas. Llegamos pronto, justo para ver el Tour en “El Buen Sabor”, donde el coulotte blanco de Pedro despierta los instintos primarios de una inefable parroquiana (algo mayor para nuestro gusto, una pena) que nos ameniza (?) la comida y la sobremesa.


Mientras hablamos de nuestras cositas, a nuestra espalda oímos un “¿Sois de Segovia?”, que viene de un chaval que acababa de entrar y estaba en la barra. “¡Anda, Pedro”, “¡Hola, Dani!, ¿qué haces por aquí?”. Se trata de un conocido de Pedro, triatleta y bombero para más señas, que nos cuenta que el día anterior decidió hacer el Camino y que había salido hoy. Se había liado por los pinares y llevaba 130 km. Que pensaba en principio hacer más, pero que ya le parecía bastante.


Se viene con nosotros. Ya somos 4.

Al salir echamos un vistazo a sus alforjas, sujetas de manera, digamos... “artesanal”. Tienen pinta de no aguantar demasiado, pero unas buenas bridas lo arreglan todo.

Hotel “Las Moradas”, duchita reparadora. Bajamos a los chiringuitos del río, donde se reúne el pijerío simanquil, y nos premiamos con otras cervecitas rodeados de un buen ganao. Nos visitan un rato mi padre, hermana y sobrina.


Más tarde, cena al aire libre en "Las Tercias" y a dormir a pesar de los ruidos de los chavalines en la plaza del pueblo. Que mañana hay más... y mejor.

1 comentario:

  1. mucho peregrinaje pero otra vez me quedo sin entrenar al tenis en Agosto por tu culpa...
    el año pasado la rodilla y los pies
    este año el gluteo

    joio ciatico,
    quien te manda a tus años....

    El Sábado la comida del cinco en Macario

    El abo abandonado a su suerte

    ResponderEliminar

Hala, escribe sin pasar por moderación de comentarios (siempre que la entrada sea reciente). Ya no tienes excusas:

Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.