miércoles, 3 de agosto de 2016

El pajarón de los pajarones: Reventado en el Reventón

Nota personal: la próxima vez que el cuerpo diga que NO, tengo que hacerle caso.

Sin pensarlo demasiado, salimos a eso de las 10'30 de la mañana (estupenda hora para un soleado 2 de agosto) Irene, Joaquín Rueda y servidor, rumbo a lo desconocido. Desconocido no por no transitado otras veces, sino porque los que íbamos no nos destacamos precisamente por nuestra facilidad para la orientación.

La primera persona que nos encontramos fue a Bruce, cerca del puente del Niño, que había sacado a pasear a su señor dueño, el amigo Damián.


Agradable y tranquilo paseete por las sendas del Ceneam para tomar la subida de la fuente del Ratón. En la pista nos despedimos de Irene, que tenía que llegar a tiempo para comer (a tempranísima hora) con su señor padre, conocido en los ambientes como sherpa-Sherpa.


Circuito de la Cueva del Monje pa'lante, yo no me sentía demasiado animado; pero bueno, eso ya me ha pasado otras veces y con el paso de los kilómetros se va olvidando. Sin embargo las sensaciones subiendo a Cotos eran cada vez peores. Notaba presión en la cabeza y sensación de sueño. Incluso en una ocasión llegué a sentir un amago de arcada. Yo lo achacaba a la temperatura: el sol no me sienta demasiado bien. En este tramo tuve que echar un par de veces pie a tierra, ¡uffff...!


El agua de la fuente de Bernaldo de Quirós me supo a gloria. Aprovechamos para rellenar la camelbak. En la mía aún quedaba un trozo de hielo que prometía aguantar un par de horas todavía. A la espalda llevaba unos tres kilos, pero merecía la pena, porque lo que teníamos por delante tenía telita...


Llegamos fácil al refugio del Pingarrón, donde iniciamos el descenso trialero que estaba muy suelto. Tomamos la trazada más sencilla, no esos recortes por los que a veces nos conduce Chomin.


Vista de Valdesquí, en una pequeña parada técnica.


Pasamos el arroyo de las Guarramillas, y aquí me asaltó la duda: creía recordar que en otras ocasiones lo habíamos seguido desde el principio. Pero al no ver un sendero claro, tomamos la senda marcada como PR.


Como la senda remontaba poco a poco casi cien metros de desnivel, seguí dudando, no recordaba el paraje. Sin embargo, comparado en casa el track con los hechos, veo ahora que sí que es el recorrido que habíamos hecho otras veces. Paisajes madrileños desde los 1800 metros. Yo no me lo sé demasiado bien, eso debe de ser una de las Cabezas de Hierro, ¿no?


En este tramo Joaquín iba un poco contrariado, la senda era técnica, no precisamente de las de su agrado. Yo tampoco estaba demasiado contento, me costaba mantener el pedaleo y el equilibrio, seguía sin recuperar las buenas sensaciones.


Nueva bajada más suelta y descarnada que la del Pingarrón. Creo que es un poco más adelante de donde está hecha esta foto cuando yo también tuve que echar pie a tierra, sniff. El sol pegaba fuerte.


Ya abajo, pasamos un par de puentecillos sobre el arroyo de las Cerradillas. Desde aquí parecía más transitable el sendero.


¡Y tanto! En poco el sendero se convirtió en pista, haciendo las delicias de Rueda, que hasta disfrutaba bajando. Yo puse el piloto automático y me eché un par de sueños intentando recuperrme un poco.

 
No os he dicho que era la primera etapa en la que estrenaba el nuevo cuadro de la Tracer, que ya había estrenado en un par de etapas asturianas por la costa y por los lagos de Covadonga. Grande, naranja, muy bonita, la Big-T(o) promete diversión a raudales, aunque éste no resultara el mejor de los estrenos, jeje. Resulta que sin ya esperarlo, me llamaron de la Intense Store para decirme que desde los USA les había dicho que me cambiaran el cuadro. Bien, aunque un poco tarde, me parece lo más normal. Y más en una marca como Intense. Bueno... Os refresco un poco la memoria:


A la pista le siguió un tramo de carretera largo en el que creo que Joaquín disfrutó como un enano, estaba en su salsa. Yo, a mi ritmo (ritmo malo) como pude, pasando El Paular hasta Rascafría. Prefiero la senda que nos lleva pegados al río Lozoya, aldo más larga, más cansada, pero mil veces más divertida o, mejor, menos aburrida. Al menos, yendo por asfalto, no gasté demasiadas fuerzas.


Al llegar a Rasca no tuve que insistir demasiado para tomar asiento a la sombra en un bar. Allí nos tomamos un breve pero bien aprovechado refrigerio. Gloria bendita. Además, aprovechamos para echar una buena cantidad de cubitos de hielo en la camel, que en poco tiempo bien los íbamos a agradecer.

Fotos en las que se aprecia el patético estado. Sobre todo, el de uno de los dos. Eran así como las tres menos cuarto de la tarde, la hora perfecta para reanudar el camino pensando en el soberbio muro que nos separaba de una resfrescante ducha en casa.


Pues nada, que sea lo que Dios quiera... Comenzamos a subir por una de las tres mil opciones que hay. Rueda recordaba haberla hecho con su cuñado (¿os habéis fijado que el ciclismo de montaña es un deporte de cuñados?) y quería subir por aquí porque decía que me iba a gustar más que subiendo por las pistas. En principio, un detalle. En principio.

Os dejo aventurar qué es lo que está haciendo J. R.
Tomamos poco a poco altura. El camino no deja de serme familliar. Resulta que por aquí comenzamos a subir la última que hicimos parecida los sherpas, allá por abril del 2008 ¿remember? Está en una entrada de los principios de este vuestro blog... ¡y la hicimos con nieve, qué bendición!


Lo que pasa es que Joaquín insistió en que, a pesar de lo que marcaba el gepeese, él recordaba haberse adentrado por un lugar más o menos como este otro... ¡En esto este ranger es muy sherpa! Yo, que del único parecer que no me fío es del mío, dije que adelante, que a algún lugar llegaríamos.


Y sí, a algún lugar llegamos, claro. Pero luego he visto en el mapa que la subida que habíamos iniciado habría sido la misma que hicimos en el 2009, exactamente, y habríamos salido donde J.R. esperaba salir en esta ocasión. 


El poco transitado sendero que seguimos desembocaba en un callejón sin salida que nos obligó a prracticar la varidad de mtb conocida como empujabike, luchando denodadamente contra la pendiente y la vegetación. Los ánimos, en aquel momento, estaban en valores negativos, porque darse la vuelta a estas alturas era una mala opción. O eso parecía.


Aquí, justo aquí se nos abrieron los cielos. Donde está Joaquín (espera, no te muevas, que saco la cámara para inmortañizar el momento) la Providencia nos puso inesperadamente una inesperada pista salvadora...


...que tomamos, por supuesto, en el sentido equivocado. Otro callejón sin salida, esta presa en el arroyo del Artiñuelo. Nuevogolpe a nuestra debilitada moral.


Joaquín, que era el que tenía fuerzas, se adelantó a explorar a pie ulas posibles salidas. Yo, si la sangre me hubiara llegado al cerebro, habría metido pies y cabeza (sino el cuerpo entero) en las fresquísimas aguas. Pero ni eso alcanzaba a discurrir. Ahí me quedé sentado a la sombra, pensando en nada.


La única opción era tomar la misma pista en sentido contrario. La p* pista terminaba otra vez en Rasca, sin ninguna opción clara (luego veo en el mapa que había una posibilidad) de enlazar con la subida segura, vamos a llamarla así. Todo esto, perdiendo 150 metros de altura y abiendo dado otro rodeo de 3 Km con empujabike incluído. ¡Todo muy sherpa!

Al menos, teníamos la seguridad de que el camino en esta ocasión, si no el más divertido, sí que era el correcto. ¡Pero como para andar exigiendo estábamos los dos!

Y el sol, ahí en lo alto.


Un par de fuentes, una con agua (arroyo de las Calderuelas) y otra seca (arroyo del Artiñurlo). En la que tenía agua me refresqué un poco y mojé la braga, de manera que durante unos pocos kilómetros al menos llevé refrigerado el coco.


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Tú, amable (e hipotético) lector, no tienes cómo saberlo, pero yo te informo: reanudo este relato después de haber bajado al Cuartel General Sherpa a recoger la burra, que ayer me sentía incapaz de subirla hasta casa. Esto es un poco espoiler, ya que entenderéis que al final sí que llegué vivo (más o menos) después de todo. Al soleta de las seis de la tarde, ¡y no me han dado ganas de quemarla! Es un síntoma de mi recuperación.
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Con el casco quitado y la braga empapada puesta en la cabeza, la sombra me hacía algo así como el perfil de un un mosntruo de Frankenstein o quizás un Bart Simpson un poco más estirado. Es estas cosas iba pensando para deistraer la mente.


Siglos después, millones de penosas pedaladas más tarde. llegamos a la altura del Carro del Diablo. Territorio conocido. Solo un poquito más allá Joaquín me señala el punto en el que la pista enlaza con la subida que él tenía en mente. Coincide exactamente con la que subimos los sherpas aquella pasada etapa.


En resumen, el rodeo es de unos 13,2 Km de pestosa, soleada y monótona pista. El "camino recto" habría supuesto algo más de 2 kilómetros que, por muy mal que se nos hubiesen dado, con echar la bici a la espalda, solucionado.

Os he preparado un resumen visual. En amarillo (por lo de soleado) el track de "hoy"; en azul, el del 2009.


Podéis decir que pobre sherpa, cómo sufre, qué despiadado es el ranger J.R., etc, etc... Pero es que lo peor estaba por llegar. Rueda, muy lejos de mostrarse despiadado (a saber qué habrían hecho otrossssss), paraba a esperarme de vez en cuando e intentábamos comer algo, recargar fuerzas. Pero no sé si podréis creer que los frutos secos, las pasas, el bocado al sandwich se hacían una pasta intragable. Prefería pedalear un poco y, para racionar el agua que aún se mantenía sorprendentemente fresca, dar un sorbo por cada kilómetro avanzado. ¡Ni os imagináis lo largo que se puede hacer un puñetero kilómetro!


Al principio me marcaba la meta de parar cada cinco kilómetros. Aprovechaba para hacer alguna fotillo. ¡¡¡Me costaba, no creáis!!!


Luego, aprovechaba las sombras que ya ibam escaseando. Un traguito, una foto de Peñalara en curioso escorzo.


De pronto la pista se convierte en descarnado camino, el que en otras ocasiones tanto me había gustado subir. No dabéis la tremenda rabia que me dió no poder ni intentar dar unos pedales. Aun así, creo recordar entre los vapores de la desmemoria un pequeño trecho pedaleando, más que nada por (de verdad) descansar.


El caso es que a estas alturas ya no podía ni "estar". Descansaba ratos largos cada cincuenta pasos. Y esos cincuenta pasos me parecían un mundo. La vacas me miraban sorprendidas: ¿qué le pasa a éste?


Y ahí estaba por fin, delante de mis resecas narices, lo que no quería encontrarme: el infinito soberbio muro final. Lo que otras veces había sido un reto, ahora se presentaba como imposible. En fin, con la cabeza ardiendo me planteé, apretando los dientes y con la cabeza gacha, hacer los tramos de cincuenta cansinos pasos y minisorbo de agua. Así,, poco a poco, puede que llegara arriba algún día.


Después de lo que me parecieron siglos, ví que Joaquín bajaba a mi encuentro. Unos doscientos metros se hizo para decirme que me subía la bici, ¡¡¡cómo me vería!!! No reprodusco la respuesta... No es que no se lo agradeciera, pero es que habría sido lo último, cortarme la coleta sherpa.


Cincuenta pasos a cincuenta pasos, sorbo a sorbo, conseguí lo que hace un rato me había parecido imposible. Gracias también a los ánimos y la compañía del ranger-sherpa. Foto de agradecimiento en el mismísimo puerto.


Comparadlo con esta triste figura, esta piltrafilla humana. No estoy sujetando la bici. La bici me está apuntalando.


Un rato largo me quedé mirando embobado el palote este, intentando resuperar fuerzas en lo posible.


Ahí estaba el otro lado, esperando a que bajáramos. Joaquín salió antes, ya llevaba un rato largo parado. Me dijo que bajando ya le cogería. No se yo...


Lo que en otras circunstancias habría sido una parte divertida, se me hizo realmente duro, cansado y difícil. No tenía fuerzas para sujetar bien el manillar y mantener elequilibrio. Técnica igual a cero.

En realidad hubo dos poderosos y contundentes motivos por los que conseguí alcanzar a Joaquín varias veces en esta larga etapa y, ahora, en esta bajada que tan dura se me hizo: el primero es que su técnica bajando mejora, digamos, muy poco a poco.


El segundo es que de vez en cuando nos encontrábamos con el peligrosísimo ganado de la zona: en ese caso, siempre me esperaba. ¡Quitarsus de aquí, hombre, que viene Joaquín! Aquí, en la fuente del Infante. Un rato largo estuve tirado en el fresquísimo y mullidito verde.


El resto de la bajada, cada uno la hicimos sufriendo a su modo. Por cierto que, al llegar a la altura de la fuente de Ruper, no me podía creer que esos tramos los lográramos subir sin bajarnos de la burra, ¡qué bestialidad!


Preciosas vistas de las que disfruté más bien poco.


Me daba cosita mirar hacia arriba, hacia el Reventón. ¡Nunca un topónimo estuvo mejor puesto!


Lo último que os cuento es que el carril bici se me hizo durillo, y la tentación apareció (insuperable) en forma de piscina y tónica con hielo. Tuve que parar en casa del cuñao Enriquet. El refresco (doble refresco) me hizo revivir. Relativamente... pero revivir. Gracias a eso llegué al Cuartel General más o menos entero.


Y después de la piscinoterapia, lo mejor para que un sherpa se recupere es una cervecitá más y sesión de perroterapia. (Irene, que algún fallo tenía que tener, me grabó en vertical. Perdonarémosla)


La culpa la tienen 89 kilómetros y 2455 de desnivel (2600 le salen a J.R.) Y un sol de justicia. Y dos huevos duros.

Hoy, ya algo recuperado, reniego de los juramentos que entre nubes mentales hice ayer...

Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.