domingo, 15 de marzo de 2015

Golondrino y más vueltas

Parece que después de la manta térmica, el gelocatil y un poquito de reflex ya me duele un poquito menos el riñón, lo cual no quiere decir que no esté hecho un cuatro aquí, frente al ordenador. Y todo esto va a venir del frío que pasé el viernes, cuando me obligué a salir, aun sin ganas, a dar una vueltecilla.


La tarde era luminosa, pero hacía más frío del que había previsto: mitones y poco abrigo. Como la ruta era lo que menos me procupaba, me dejé llevar por la Spe, como suelo hacer cuando voy solito y quiero desconectar por dos o tres horas.


El azar más absoluto me llevó a la vereda del Pino Golondrino que, como veis en la foto, estaba bastante desaseada.


Un acierto. La vereda, luego lo comprobé en el mapa, no la seguí en ningún momento. Recorrí unos quinientos metros sin el más mínimo rastro de senda o camino, peleándome (enganchándome, rompiendo, saltando, esquivando) con una vegetación casi agresiva de salvaje que estaba. Pero el premio fue de los buenos: me adentré en lo más profundo de un bosque oscuro y denso, con esa oscuridad de una ladera orientada al Este al atardecer, para salir a una de las praderas (¡superpradera!) más espectaculares que uno se pueda imaginar, mientras los últimos rayos del sol iluminaban (lamían, relamían) Peñalara: hacía al menos un par de años que no estaba en el Raso del Cerro del Picadero.

Vengo de la izquierda. Desciendo hacia la derecha.
En el descenso, buscando el Eresma, se iba abriendo un paisaje siempre parecido, pero siempre sorprendente. Cada vez que se abría un claro, tenía que parar y hacer cuatro o cinco fotos en panorámica. Imposible no quedarse con la boca abierta.


Mientras bajaba, casi no podía dejar de mirar el espectáculo que tenía delante. Menos mal que no iba demasiado deprisa, porque con los mitones los dedos me dolían del frío y la velocidad.


Una última foto un poco antes de salir a la puerta de la Fuente de los Piñones, frente a la Boca del Asno. Como remate, una merienda tranquila (y fresquita) en la Fuente de Maximino.

Luego, ya en casa, en la ducha noté que tenía los riñones helados.


El domingo, recuperándome de un intento de envenenamiento (esa es otra historia), salí tras el rastro de la sherpería después de levantarme bastante tarde. Por el camino más corto intenté interceptar la ruta que habían previsto estos gañanes, en dirección a la Fuente de Ceniceros.


Descubrí nuevos lugares después de que la kamorkería (¡estaban casi todos!) me pusiese sobre la pista de los sherpas. Intenté inventarme una nueva ruta totalmente directa hacia la Fuente de la Charca de la Rana remontando el Arroyo de Camaliebre... ¡y casi lo consigo! Llegué a la cima del Cerrillo de Cagalobos y allí decidí que, siendo la hora que era, mejor darse la vuelta.


El teléfono en estos recónditos y salvajérrimos parajes no tiene cobertura, de modo que no pude contactar directamente con el grupo. Así que recurrí a la sicología sherpa: Si sabes cómo piensan, los encontrarás. Y como sé cómo piensan, los encontré. Primero a los joaquines, que —cosa nada extraña— se habían separado del grupo porque tenían prisa.


Después al resto, mientras bajaban, y yo subía, la Cacera del Puerco.


En fin, que dando vueltas, entre el viernes y el domingo, como el que no quiere la cosa, he descubierto un par o tres de sendas nuevas. Y jugueteando con los mapas me pongo a pensar en nuevas opciones y posibilidades, lo cual es un placer añadido al del mismísimo pedaleo.


Ahora, lo único que necesito es que se me pase lo más pronto posible este puñetero dolor de riñones. También debería tomarme más en serio lo de hacer abdominales y lumbares.

Tomo nota.

Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.