sábado, 4 de agosto de 2012

Nocturnada senda Talus

Indignado es poco.

La misma prensa que se hacía amplio eco del (enésimo) traspié del monarca Juanca, no decía ni mú -¡ni la más minimísima referencia!-, a la caída que tuve al comenzar la nocturnada del pasado jueves. Y es que para poner la nueva High-Roller con el líquido, la había puesto a 4 psies, y se me había olvidado bajar la presión. Eso, añadido al estreno de mis nuevas gafas modelo Battiato -sin narices de pega, eso sí-, hacía que anduviera toda la etapa como un pato mareado.



Ignorantes de las penalidades que tendríamos que superar y soportar con santa resignación, nos pusimos en marcha desde Cerce un grupillo de ocho individuos; que ya iba siendo hora de quirtar las telarañas a nuestras linternas. A saber: Ete, Sherpol, Talus, Remi kamorka, Boli, Alber, David Dale-Pedale y servidor de ustedes, sherpa-Traspié-Tris.



La tarde resultó tal y como la encargamos: espléndida y perfecta para el jolgorio y la diversión. Estoooo... todavía me pregunto cómo es que casan términos como estos, con otros como sufrimiento y goterones-de-sudor, pero de alguna extraña manera, todo ello es compatible.


Una de las teorías que barajo es que la anatomía sherpa tendría unas zonas erógenas especiales que se estimularían con el pedaleo. Bueno... ¡vamos a dejarlo! Por cierto, esta foto está hecha al atravedar el arroyo del Polvillo. ¿Casualidad?


En esta zona tan mal asfaltada se quedaron descansando las burras, mientras explorábamos si había un chorrete del que beber, ya que ponía en un cartel próximo la leyenda "agua potable". Pero de caño, ná de ná. De todos modos, el agua no era en esos momentos una necesidad urgente, la temperatura era agradabilísima. Solo, quizás, un poquitín de hambre.


En las zonas en las que el terreno lo permitía, se podían hacer fotos, si bien comenzaba a faltar la luz, por lo que aparecen los efectos de barrido esos que hacen que, aunque Ete esté subiendo a tres y medio por hora, parezca el miemísimo hombre-bala. (Beeeeee...)


La sherpería atravesando el deshidratado cauce del río Pradillo, calculo.


Hasta aquí el territorio no era demasiado hostil (más adelante casi llegaría a la categoría de "ostil"), y en el kilómetro siete y medio de nuestro recorrido alganzamos el apeadero abandonado de Siete Picos.


Un lugar solitario y precioso. Y más con la luz rasante del atardecer. Si alguien tiene unos milloncetes de sobra por ahí, hablamos de una pequeña rehabilitación que tengo en la cabeza: esos edificios, esa alberca...


No me dí cuenta en el lugar, pero consultando el mapa, perece que desde aquí existe una empinada trialera a considerar cuando hagamos el camino en sentido contrario. O También por la vereda de las Encinillas que, algo más atrás, también atraviesa nuestro camino.



Para continuar el camino tuvimos que arrastrar un rato. Algunos se empeñaban en montarse en la burra, y ésta se encabritaba por una inclinación a la que, como suele ocurrir, no hace justicia la foto. Pero lo malo del asunto era lo seco y suelto del terreno; porque en otras circunstancias, culo p'atrás y dientes prietos, sí que se subiría bastante trecho pedaleando. Por cierto, he tenido el detalle de pixelar a Remi, porque me dijo que no quería que nadie le viera practicando el push-bike, jejeje.


Y un poquito más de estiramiento de gemelos para llegar al mirador que llamaremos "de la Mina" (¿es correcto, Jorge?). Kilómetro ocho y pico -¡¿soloooo?!- de la expedición.


Con ese panorama y esa luz, aparte de la estupenda temperatura que hacía, daban ganas de quedarse allí. Y si llegamos a saber lo que nos esperaba, puede que hubiéramos cumplido ese deseo: ¡nos hubiéramos quedado allí! Yo ya llevaba unos treinta y cinco litros de sudor dejados en un contínuo reguero desde kilómetros atrás, y el descanso me vino de perlas.


- Mi caaaaasaaaa... Galapagaaaaaarrr...


Un par de ejemplares de la fauna salvaje del Guadarrama de costumbres asilvestradas.


Siete(?) Picos y David.


Foto de familia. Como siempre, bien uniformados. mención especial a las zapatillas de Boli. Si ampliáis la foto os daréis cuenta de a qué me refiero. ¡Vaya suplicio que tuvo que pasar el sherpa!


Ete en pose National Geographic. Así estuvo más de tres minutos, hasta que se aseguró de que le había hecho la foto. Coqueto que es él.


Venga, vamos a reanudar la marcha, que aún hay más y mejor...

 
 

Y, aunque pedaleamos un poco más, las fotos que se podían hacer eran, en su mayoría, cuando nos teníamos que bajar de la bici, como siempre en estas circunstancias. En ese terreno, ni lo intentaba cuando estaba pedaleando. (Es cierto, me estoy haciendo mayor a pasos agigantados)


Como dice Jorge, posando delante del volcán de la Barranca. Cuando menos lo esperemos, entra en erupción.



La senda Talus nos hizo sufrir y disfrutar a un tiempo (eso de las zonas erógenas que apuntaba antes, algo debe de haber). En algunos tramos la vegetación era tan densa, que una vez me tropecé con una piedra que no se veía y, en lugar de echar pie a tierra, solo tuve que apoyar el costado contra la espesura y, sin soltar los pies de los pedales, empujar con el hombro para volver a recuperar el equilibrio y continuar con la extenuante marcha. Gran ahorro de energía, que ya sabéis que aquí lo malo, después de echar pie a tierra, es dar la primera pedalada en una zona tan %%#@##.

Aquí, Alberto disfruta de uno de los tramos más llevaderos del recorrido.


Éste otro tramo que aparece abajo no lo es tanto. Y menos para Remi, que perdió su linterna último modelo; la perdería a lo largo del camino veinte veces o más, para volver a recuperarla otras tantas. Aquí le vemos desandando el camino que había hecho en rescate del susodicho artilugio. Y es que el cacharro es para verlo: un armatóstico mamotreto de linterna delantera, reconvertida en trasera por el artesanal método de pintarrajear de rojo el cristal con un rotulador. Reciclar o morir.


Pillé aquí a Jorge regodeándose con el sufrimiento ajeno, fijarsus en su maliciosa sonrisilla. A estas alturas alguien ya había puesto apellido a la senda: senda Talus Caaaaaaaaaabrón.


La verdad es que yo (supongo que alguno más) no hacía nada más que mirar hacia atrás, para hacerme una idea de lo que será cuando la bajemos. Promete. Un descenso, en el que no faltan los repechos, entretenido y largo; nada que ver a otras aburridas, trilladísimas y monótonas bajadas desde la Fuenfría. Lo único... que habrá que regarla un poquitín.


Ya cerca de Navacerrada, la noche se nos echa encima. De todos modos, estamos arriba un poco antes de lo que habíamos calculado. Vamos de lujo, sin haber forzado la marcha especialmente en ningún momento.


Aunque parece que estamos a la misma altura que el puerto, el último tramo es de una subida tendidita, aunque muy llevadera. Aquí ya todos hemos encendido nuestras luces y, visto a una cierta distancia, supongo que seríamos un espectáculo.


Alberto posa con un viejo amigo; lástima que el flash no dé para tanto. Por cierto, aquí aproveché para subir la sensibilidad de la cámara, pero poco se ganaba con ello.


Al parar en la puerta de la Venta Arias, el "amable" camarero nos dijo que estaban cerrando. Hacía fresquito, y más con la sudada que llevábamos. Nos pusimos la manga larga y compramos un par de botellas de agua en la máquina al económico precio de euraco y medio cada una. La subida había sido un tanto accidentada: a mi caída al principio, había que añadir un montón de arañazos zarciles y heridas de guerra varias, como este casi-empalamiento causado por la traicionera rama de un pino en la pierna de Remi. Poco se quejó, que es de Valverde.


La noche nos confunde, y es por ello que estuvimos un rato en Cogorros debatiendo que si la Maravillas, que si el Enmaderado, que si tal y que si cual... Al final, las bicis tiraron por el Enmaderado. Yo, alucinaba de lo bien que se veía con misnuevas antiparras graduadas: ¡el mundo en 3D! En este punto, Pablo se dio cuenta de que se había dejado la camel en la Venta Arias. Estuvimos esparando un rato para verle venir, contento, con su recuperada mochila. ¡Qué cabeza!


Al final, las bicis tiraron por el Enmaderado. Yo, alucinaba de lo bien que se veía con mis nuevas antiparras graduadas: ¡el mundo en 3D! En una parada hice esta foto para que veáis la tecnología que se gastan los sherpas. En este caso tenemos un adaptador linterna-manillar digno de la NASA. Ni un problema que le dio a Boli; quizás alguno al desmontarlo.

Como digo, la noche nos confunde
Mucha diversión, demasiado polvo, algún despiste sabiamente subsanado, alguna vaca (¡negra y con los ojos cerrados, no se la veía!) en el camino... pero pocas fotos, qué le vamos a hacer.

 


Descartamos el Periódico para hacerlo de día en otra ocasión y que lo conozca Jorge. El pedaleo acompañandos por el agradable rumor del Eresma al discurrir hacia Valsaín se hacía muy agradable a estas horas, pasadas las once de la noche.


¡A que se ve que mos lo pasamos bien!


Pim, pam, pim, pam... y ya estamos en el carril bici, cerca de nuestra meta: el piscolabis en casa de Alberto. Ya hacía hambre. Eran casi las doce; habíamos clavado la hora prevista.


Parecíamos una discoteca; me gustaría ver la cara de los conductores que se cruzaban con nosotros en el carril bici.


En la foto vemos al sherpa-Sherpa, que excusó su presencia en la etapa -¡que no así en el condumio!- aduciendo estar preparándose para la disciplina de doma clásica para las próximas olimpiadas de Río. A ver si nos llevamos alguna medalla más.


Como es contumbre, tras la etapa Ete fue atacado por los ya clásicos calambres malignos. Le pillé en pleno éxtasis.


Para tranquilidad de sus admiradoras, se repuso pronta y completamente como se puede ver en la instantánea.


Así que, agradeciendo al anfitrión sus atenciones, a continuación todos nos retiramos a nuestros aposentos, a lamernos las heridas.


En fin, maquiavélica etapa, primera nocturna de la temporada. Tanto hemos remoloneado en hacerla, que habrá que pensar en otra más pronto que tarde, que ya sabemos todos lo corto que es el verano en estas latitudes.


Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.