martes, 16 de junio de 2015

Sigamos a la calabaza

Tenía decidido no escribir la entrada correspondiente a este fin de semana, ajetreados días cuajados de números, medias, exámenes, correcciones y notas. Pero la verdad verdadera es que un poquito de distracción no viene nada mal. Pero sólo un poquito.


Son días de PAU, que si siempre son estresantes, en esta ocasión lo son más debido a que mi chico mayor se examina de ella y nos contagia a todos del justificado nerviosismo. Parece que fue ayer cuando padre se examinó de su selectividad, parece que sólo han pasado un par de pestañeos, ¡pero ya hace la friolera de 33 añazos!


33 años que compartimos aula, imsomnio y nervios alguno de los que hoy salíamos a pedalear, ya ha llovido. Llego ahora de la salida del examen de Dibujo Técnico y parece que los chicos están contentos. Con esa tranquilidad, me pongo a comentar (repito: muy brevemente) la excursioncilla del pasado domingo.


Ocho sherpitas nos pusimos en marcha a las 8'45 de la madrugada, senderetes hacia la Fuenfría.  Lo único bueno que tiene esto de los madrugones, es que el peor momento de la etapa, que es precisamente el momento de levantarme, es el primero que pasa. Todo lo que viene después ya es más llevadero. En fin, que el que no se consuela es porque no quiere.

Hasta el puerto, nada que se salga de lo que viene siendo la normalidad sherpil: que si tira uno, que si tira otro, que si qué prisa tenéis, que si hay que parar porque se me ha roto el cable, que si yo ya si eso voy tirando...


Al llegar a los últimos kilómetros de subida nos encontramos con las obras de la M-90, que no sé qué leches querrán hacer por ahí. Que vamos a terminar comprando hamburguesas de Burriquín en los caminos de la sierra. Si no, al tiempo.


En el puerto estábamos convencidos de bajar a Cerce y, sin solución de continuidad, tomar el camino del Calvario de vuelta. Vista la hora y visto lo que quedaba por pedalear, Boli y David deciden, en principio sabiamente, darse la vuelta por el mismísimo Gallo, opción que tampoco está nada mal.

Por variar, hacemos la bajada a Cercedilla por lo más peor, que tenemos que aprovechar antes de que nos la asfalten. Además, esto forma parte del entrenamiento programado para convertir a Joaquín Rueda, de una vez por todas en un ansioso devorador de piedras, en un colgao de las cuestarracas p'abajo, en fin... en un sherpa de tomo y lomo.


Lo básico es decirle siempre que vamos a bajar por lo suavecito, por lo más light; en contra de toda previsión, ¡todavía nos cree cuando se lo juramos por Snoopy! Pero la pérfida estrategia merece la pena y da sus frutos: fijaos cómo en esta ocasión no se baja de la bici, y eso que viene de las rocas de la izquierda. ¡Lo ven los Rangers y no lo reconocen!

Los García bros, vigilando la operación atentamente.
Alguno de los tramos le permiten tomar un respiro y abrigar infundadísimas esperanzas, pero rápida e inesperadamente cambiábamos de sendero para volver a poner a prueba la paciencia de nuestro amigo JR (que es mucha la que tiene con nosotros, jeje).


En una de las averías mecánicas en el sendero de no sé qué (me pierdo en el extranjero) puedo parar un rato a hacer unas fotejas. Fotografía de paisaje...


...macrofotografía...


...más macrofotografía...

Por cierto, tanta tontería y casi no nos estamos dando cuenta de que el Chomin de las narices nos está volviendo a enredar en su telaraña y estamos dando unas vueltas del coponcete, esto ya no parece un entrenamiento para JR, que estoy empezando a sospechar que es Chomin el que está entrenándonos a los demás para... ¿CONVERTIRNOS EN VERDADEROS SHERPAS?


Perdida definitivamente la referencis del pueblo de Cercedilla, continuamos disfrutando por senderos que me sonaban, que estaban en mi cabeza, pero que sería totalmente incapaz de conectar entre sí si me dejaran a mi aire.


Luego, repasando en casa el track grabado, veo que son lugares mil veces recorridos; como este en el que a la vez que se oye "esto sí que se pasa montado", todos nos bajamos por si diera la casualidad de que no, que por cualquier tontería no se pudiera pasar montado. Se trata del arroyo del Polvillo (en pocas entradas la toponimia me permite no parecer un sherpa lúbrico o rijoso), aunque en el cartel ponía del "Polvito".


Mmmmm... indicios de civilización: estamos no lejos de Camorritos. Reagrupamiento. Uno, dos, tres, cuatro, cinco y el de la cámara: ¡estamos todos aún!


Entre el cruce con la vía y el embalse de Navalmedio nos vamos cruzando, además de con los consabidos andarines y con algún que otro ciclista (¡'TÁS ASILVESTRAOOOO!) on los participantes en una carrera de montaña. Según la pinta del sendero, en unas ocasiones ellos se desvían ligeramente, en otras somos nosotros los que les dejamos pasar. Alguno saluda, a otros ni siquiera les quedan ganas; incluso alguno tiene fuerzas para enfadarse con el sherpa-Sherpa por no haberse tirado a la cuneta para dejarle paso: la misma vieja historia de siempre.


Sherpa-Sherpa aprovecha las frescas aguas del rroyo de Matasalgado para limpiar de los barros y excrementos vacunos con los que había rebozado los treinta centímetros inferiores de la bici en una tolla traidora, que no parecía tan profunda a simple vista.


Un Ete en pleno aberronchamiento.


Y aquí, una de las partes que más me gustó. Además casi estaba decidido que nos volvíamos en el tren (si es que había tren, que esa era otra). Ya no había que sufrir por la vuelta a velocidad máxima por el Eresma, que era lo que más temía. Más, incluso, que la vuelta por el Calvario.


Este sendero nos encantó.


Y más cuando a Domingo se le ocurrió desviarse y nos encontramos, por sorpresa, con una preciosa zona rocosa que fue como un premio final.


Lástima que a esa lección no hayamos llegado aún con JR, porque habría sido el lacito que rematara su mañana de disfrute-sufrimiento. Yo voto por que, por su bien y sin que él se entere, le soldemos con soldadura autógena las zapatillas a los pedales. (Negaré que he dado esta idea)


En el mapa os podéis hacer una idea de las vueltas que dimos, que en total suman catorce kilómetros desde que nos desviamos en Las Dehesas. Si nos fijamos, hay mil opciones más, pero lo cierto es que llevábamos muchísimo tiempo sin pasar por aquí y el recorrido me pareció un sube y baja estupendo, alternando todo tipo de senderos más o menos técnicos y más o menos duros.


Llegamos al tren con el tiempo suficiente para relajarnos y conversar un rato, pero no tanto como para tomarnos una cerve.



En ese rato, una señal divina (quizás también influyera la humedad que le había entrado) hizo que el sherpa-Sherpa se quitara las zapatillas y los calcetines, lo cual interpretamos todos los demás como una señal. No obstante, no logramos ponernos de acuerdo en cuanto a la interpretación: mientras unos pensábamos que la señal era la zapatilla, otros opinaban que lo eran los calcetines. Enzarzados en quijotesca discusión acerca del significado de la zapatilla (o del calcetín) y sobre la naturaleza de la misma, (¿es zapato o zapatilla?¿quizás bota?), alguien en el andén gritó que nos olvidásemos de eso y que sigiéramos a la Santa Calabaza.

¡Oh, Brian, desvélanos los más recónditos arcanos!
En el tren nos pasamos la vuelta discutiendo los preceptos de la nueva religión. Mejor contar esto que la verdad, que fue que estuvimos leyendo un rato los panfletillos que habían dejado repartidos por el coche unos testigos de Jehová, con frases sobre el adulterio que provocaron la fresca hilaridad de los concurrentes al acto.


La exégesis de todo se hizo en torno a unas cervezas a las que nos invitó Boli, que nos estaba esperando, recién duchado y repeinado, frente a la estación de tren.





Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.