lunes, 21 de septiembre de 2015

Peñas Buitreras, donde Rueda no quiso darse la vuelta.

La cosa fue, más o menos, como sigue:
- Bueno, pues para mañana podríamos ir a la Fuente del Infante.
- Ufff, no; muy duro.
- Entonces... a las Peñas Buitreras, por ejemplo.
- Sí, vale. Eso sí.
- ¡!
Como todos sabéis y si no, os lo digo yo, para ir a las Peñas Buitreras lo más normal es subir... ¡por la Fuente del Infante! Cosas de sherpas.


Como es ya habitual, cada uno subió a su ritmo y por parejas: Primeros salieron David y Joaquín Rueda, después los hermanos Karamazov (Etensky y Paulov) y, por último los cuñaos (sh-Sherpa y un servidor), guardando la retaguardia para que nadie se escape.


La subidita se las trae, sin ningún descanso desde los 1200 hasta los 1830, prácticamente una pared. Normalmente tenemos consensuadas un par de paradas breves para tomar aire y practicar masajes cardiacos si fuera necesario. Pero esta vez ya paré en la fuente de los Helechos puesto que no tenía fotos de ella y, además, la tenía marcada como fuente del Tubo, no sé por qué. De hecho no me acordaba de que allí hubiera ninguna fuente, aunque el chorro que tenía era importante para lo que hay por los alrededores en esta época.


Como hace tiempo que no practico, de vez en cuando sacaba la cámara para probar si aún me salían las fotos sin bajarme de la bici. ¡No es nada fácil!


Esta sí que es la primera parada pactada, vistas espléndidas de los reales sitios y del Pontón. Yo ya me pasaba, pero me lo recordó el cuñadísimo, que tampoco tuvo que insistir demasiado, para qué vamos a decir otra cosa.


Segunda parada en la fuente de Ruper, a la sazón seca. Test superado por la big-T, y que la última vez que intenté pasar con la Spe no logré subir sin echar algún que otro pie debido a los resbalones por la pérdida de tracción. Cada vez me sorprende más la Intense, y creo que una parte importante de la culpa la tiene el DB In-line, una maravilla de amortiguador. En ningún momento tuve que poner pie a tierra en toda la subida hasta la fuente.


El cuñao retorciéndose como un condenado.


Llegando a la fuente detrás de los hermanísimos, me fue imposible echarles el guante.


En la fuente del Infante, varios grupos de andarines con el grupo de sherpas. Habíamos coincidido en diferentes puntos de la subida. Andando se tarda muy poquito más en subir que en bici. Y lo malo es que cuando coincides en los tramos malos, hay que dar un puntito más de velocidad a la vez que dices con cara de ir sobrado "qué bonito día hace para subir a la sierra, jeje, (por cierto, no tendrás a mano por ahí un desfibrilador o al menos una daga para darme la puntilla...)"


En junio de 2006 ya habíamos subido por aquí a las peñas Buitreras Ete, Chomin y yo, un día de niebla en el que los corredores de una carrera de montaña estaban desperdigados y perdidos por los alrededores. Vagamente recordamos por donde nos habíamos conducido en esa ocasión ya hace nueve años (recién estrenada la Spe, por cierto) y más o menos echamos a andar (pedalear) por donde parecía que había un camino.


Que como camino no valía practicamente nada.


Divisados a lo lejos los restos de un refugio o similar, nos dirigimos a ellos, más que nada por tener un punto de referencia hacia el que dirigirnos y no desperdigarnos demasiado, que es uno de los peligros de los sherpas: la desperdigación.



Desde allí, momento follow-the-leader (Pablo), que se puso a pedalear como si supiera lo que hacía. Ante tamaña demostración de seguridad, allá que fuimos todos detrás, inconscientes.


La primera parte no fue demasiado complicada: las peñas Buitreras eran evidentes y aunque el camino no existía, cada uno fue buscando por dónde pedalear entre la vegetación asesina y lospedrolos traidores, enemigos acérrimos ambos del buen sherpa.


Dejamos por unos minutos las bicis atrás, que era mucho más facil ir andando hasta las peñas.



Bonito paisaje, impresionantes vistas, sí, pero por mucho que nos esforzáramos no encontrábamos manera ni forma fácil de bajar a la meseta.




Las pistas de abajo, las de la Atalaya, Siete Arroyos, la Saúca, las de los Chorros... todas estaban muy abajo y sin conexión evidente con el lugar en el que nos encontrábamos.


Sin embargo Ete y yo sabíamos que de algún modo habíamos salido hace nueve años; luego he comprobado que en agosto de 2007, sherpas ya retirados (Kala, Mario) junto con Chomin, Ete, Ignacio y yo, además de cuatro kamorkas, también habíamos hecho un recorrido similar, saliendo por un cortafuegos. El caso es que esta parte fue la más complicada de la etapa, más incluso que la subida a la fuente del Infante, que ya es decir.


Aquí, justo en este punto de la etapilla es cuando J. Rueda dice siempre eso de que se da la vuelta y vuelve por su cuenta. Sí, sí, tú vuélvete cuando quieras, que hoy sí que no te decimos nada...


Aunque nos parecieron cincuenta kilómetros, medido sobre el mapa fueron "solo" 1200 metros, pero complicados e incómodos nueve sobre diez, por mucho que Pablo, ahí al fondo, se empeñara en ir montado de vez en cuando.


Aquí, foto-testimonio que hice con la idea de recordar estos momentos y no volver a tirar por aquí. Pero semos sherpas y sé que de nada va a servir. El hombre es el animal... ¡pero el sherpa es peor!


Remontamdo el arroyo del Chorro Chico por encima de su nacimiento, en El Cancho, en verde, está la ruta que seguimos hace nueve años, nada que ver con la de este domingo. Se sube hasta los 2000 metros, pero se hace más cómoda y llevadera, ¡ánde va a parar! Sería remontar el arroyo justo después de la visita a las peñas.


Tres mil enganchones, ochocientos arañazos y un sinnúmero de improperios y juramentos después que fueron oídos en toda la comarca y alguna de las adyacentes, desembocamos en el cortafuegos salvador. El de las otras veces.


El paisaje que dejamos atrás: desde allí vinimos por la parte más alta. Alguno apuntó que, ya puestos, deberíamos haber tomado el canchal.


El arratradero tiene su diversión: muy roto cuesta abajo y...


...más que nada por variar, muy roto también cuesta arriba.


De nuevo arriba, y otro poquito...


...para abajo. Alguno dejo que le gustaría haber parado para descansar un rato, pero que por mucho que apretaba los frenos, no le fue posible. Y es verdad: había zonas en las que lo suelto del suelo unido a la inclinación hacía que lo único que podías hacer era encomendarte a san Apapucio bendito, santo del que solo se conoce un milagro, pero muy querido por los sherpas.


En el recuento al final del cuestarraco echamos de menos dos cosas: el cuentakilómetros de Pabo y uno de los integrantes del grupo. Si hubiera sido una cuesta arriba podría haber sido yo mismísimo, pero siendo una cuesta abajo no había la menor duda: faltaba J.R.


Que por allí resopla...


Aquí vemos cómo se hizo montado los últimos cincuenta de los mil quinientos metros largos que tenía el cortafuegos susodicho. No se me había ocurrido hasta ahora, pero algún día nos tiene que contar cada cuánto cambia de zapatillas ;)


El resto, pistas ya conocidas hacia la Saúca, pero en sentido contrario a lo que solemos hacer habitualmente. La verdad es que, curiosamente,  se bajan mejor que se suben, o es cosa mía.


Enmarcado en el encuadre, casi el exacto recorrido que hemos hecho, visto desde el Pontón que, por cierto, despide minimísimos olorcillos casi inapreciables (no sé si se capta la ironía).


Como viene siendo habitual nada más pedir la primera ronda de cervezas, Chomin se nos hace presente para dar el parte de su etapa y el resultado (más que óptimo) de su cosecha semanal de boletus. Momento can-can.


Y una muestra de los tatuajes que nos dejó la etapa. Lo de las canillas, mejor ni nombrarlo.



Quede constancia de que esta crónica está dedicada a J.R., que insistió en ya que iba siendo hora de que hiciera alguna. Aquí queda. Y que no se me olvide decir que comentéis con tranquilidad y sin atropellos, uno por uno.



Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.