martes, 26 de mayo de 2015

Telegrafiando

¡Oh! ¡Oh!
¡Oh, náyades!
¡Oh, ninfas!
¡Oh mesas... musas!

De la afamada ópera "Ariadna y Teseo", de J. S. Mastropiero

Valga esta inspirada invocación para que, con la ayuda de alguna musa, me vale la primera que esté libre, pueda expresar al menos una parte de lo vivido en la excursión de ayer domingo y que tú oh, lector—, compartas nuestro cansancio sin cansarte y te de el fresco aire de la mañana en el rostro sin haber tenido que levantarte a las ocho menos cuarto un domingo, día del Señor, reservado (dicen) para el descanso.

Día señalado en el calendario sherpa en color rojo fosforito por ser san Chomin, en conmemoración de que hace unos cuantos años (más muchos que pocos, casi hemos perdido la cuenta) vino a este valle de lágrimas el sherpa que una vez fue abducido por visitantes venidos desde Raticulín, más allá de Ganímedes, para implantarle bajo la piel del cogote un gepeese de última generación. Y ya que estaban, también un giroscopio.


Hasta seis sherpas, seis, nos juntamos esa radiante mañana para entregarnos a la ruta que nos había preparado la calenturienta mente de Chomin: se conoce que tanto implante le debe de presionar alguna área cerebral relacionada con las maquinaciones y los planes maquiavélicos. Felices, contentos... inconscientes, pedaleábamos los sherpitas hacia el horizonte. ¡Y que sepáis que no es una manera de hablar!

Pero hay que reconocer que si no nos atamos al mástil es porque no nos da ni nos dará la gana: Nos engatusa con esos senderos inesperados, nos gana con esas conexiones sorprendentes y cuando inesperadamente grita "¡IZQUIERDA!" ya sabemos que vamos a descubrir algo novedoso cerca de algún lugar por el que ya habíamos pasado tres mil quinientas veces.


Es cierto que cuando salimos solos, así como de investigación y hambrientos de novedades y aventuras, siempre nos encontramos con rincones sorprendentes (sospecho que esta sierra nuestra tiene cuatro o cinco dimensiones), pero la verdad es que es difícil conectar esos lugares y, sobre todo, enlazarlos de la sabia manera con la que lo hace nuestro amigo.

Pasando lista, por orden alfabético, faltaban (próximo día, justificante firmado):
  • Con la A, Albertito.
  • Con la B, Bolicín.
  • Con la C... Ehhh... ¡No tenemos a nadie con la C!
  • Con la D, Davicín (hace muy bueno David, ya es hora de salir un rato).
  • Con la E, Enriquet.
Vale. Cuando estábamos rematando las últimas cuestas que nos iban a dejar en el asfalto  del Camino Viejo del Paular (asfalto que solo pisamos para cuzarlo, no temáis), una voz gutural, indescriptiblemente infrahumana, nos llamó desde la espesura: Era Markitos. Esta vez sin lomo embuchado ni sandía. Pero estoy seguro que todos agradecimos la breve parada para charlar un rato más que si de un exquisito bocado de Cinco Jotas Reserva se hubiera tratado.

De nuestro corresponsal Marquitos G. G.
Y allí, tirado en la cuneta, tomó nota gráfica de la reanudación de nuestra marcha ganando penosamente altura en las laderas del cerrillo de Martín Pascual.

De nuestro corresponsal Marquitos G. G., copirraig-t
¡Mira que me joroba!: Una de las cuestas que más me cuesta... ¡y no parece cuesta!


Hacer tres o cuatro fotos durante la susodicha subida me costó llevar un palmo de lengua fuera los siguientes cinco minutos. Sin embargo, en las fotos parece que lo pudiera subir mi sobrina de tres años, con su triciclo rosita de Peppa Pig, con la gorra y sin despeinarse.

(Nota: Bueno, conociendo a mis sobrinas, quizás SÍ lo subirían. Y también la de dos años).


Al final nos ganamos la pista forestal del Hoyuelo, de donde nos desviamos un momento para visitar un lugar extraño que descubrió Chomin aún no sabemos en qué circunstancias: una especie de mandorla extrañamente sicalíptica.


Debajo de la piedra que ocupa su centro, estratégicamente situada, nos encontramos con una insignia-mariposa. ¡A saber qué clase de aquelarres se celebran en estos parajes! Por si acaso, dejamos todo tal cual estaba. En una próxima nocturna, habrá que pasar una noche de luna llena por allí a ver qué nos encontramos.


Mientras, Marcos había tomado su propio atajo y nos había vuelto a alcanzar; durante unos minutos de relajo acompañó al sherpa-Sherpa y a Sherpol en el primer tramo de asfalto que nos conduciría hasta el Cargadero del Hoyuelo.


Desde allí, y de las dos opciones posibles, os dejo adivinar si escogimos la relativamente fácil o la malitamente difícil. Venga, apostad lo que queráis, que seguro que no vais a perder. En la foto se puede ver cómo el sherpa-Sherpa no había escogido mal pero, al no ser su onomástica, no le hicimos ni caso.

La p* senda discurre paralela y pegadita al arroyo del Telégrafo; pero mientras éste bajaba cantarín, nosotros intentábamos subir, bufando. A veces, encima de la burra...


...pero otras se nos hacía poco menos que imposible. Por ejemplo, aquí, yo creo que Ete, si no le hubiese dado la risa, lo habría conseguido.


Al final, y como casi en todas las etapas que merecen este nombre, no nos libramos de la pequeña ración de push-bike, sin la que la etapa no sería lo que es.

La tropa esperándonos arriba.
Desde este punto en el que nos reunimos, un senderete más o menos horizontal pero nada aburrido (raspones mil, que se lo digan a Pablo, "el Niño de los Raspones") nos lleva, trompicón por aquí, resbalón por allá, hasta Navalusilla, idílica, recóndita y bucólica praderita situada a unos ya respetables 1750 metros.

Unes vaques y unes ciclistes.
Llegados a este lugar, y casi sin habernos dado cuenta, las nubes habían ocultado el cielo azul con el que habíamos comenzado a pedalear. Y como habíamos sudado lo nuestro, para estar a gustito nos tuvimos que abrigar un poco cuando nos apeamos de las bicis para reponer fuerzas.

A esta foto la he titulado "bodegón".
Nota sólo para sherpas: ¿Recordáis los gitanales del muñeco de nieve de la Cueva del Monje? ¡¡A que son los mismos!!

Fue justo aquí cuando Chomin, el de los pies ligeros, el que nunca se despeina, sacó de la chistera un macro-bocata de chorizo amorcillado, 'xactamente como en los tiempos clásicos —¿recordáis?, que dividió en seis igualísimas raciones y repartió con fraternal cariño entre los asistentes al evento. Con un par de tercios de Mahou para cada uno, sólo es una sugerencia para el día de san Chomin de 2016, le habríamos hecho la ola en 3d.

¡Ico, ico...!
Mientras tanto, Islero no quitaba ojo de Joaquín Rueda; que no sabemos qué les da este chico a las reses vacunas que tanto le adoran.

Curiosas mini-vacas en la oreja de Ete, ¿no?
Recogida la mesa y el mantel, reanudamos la marcha antes de que la cosa pasara a mayores. El Schmidt estaba cerca pero, qué contrariedad, cuesta arriba; y como veis, sendero, lo que se dice sendero, no había, por lo que tuvimos que esforzarnos desde el primer metro sin tiempo para hacer la digestión.


El Schmidt no gusta demasiado a los sherpas, pero pronto llegamos a la menos transitada y por ende más agradable senda que nos llevaría hasta la Peña Hueca, en la pradera del Telégrafo o, según los mapas, la pradera de Siete Picos.


No sin antes cruzar la pista del Bosque, esta vez mucho más fácil de atravesar que la última que lo hicimos, con nieve y hielo. Que recuerdo que a puntito estuve de aparecer trescientos metros más abajo si no llego a clavar milagrosamente en el último momento el talón de la bota. Aunque no hubiera sido la primera vez que la bajamos pingoleta tras pingoleta, ¿verdad Jorge?


Aquí, en esta foto, llegábamos a nuestro destino, la Peña Hueca, a unos 1950. Al fondo nos observa el Séptimo Pico (Somontano, 1138 m.)

Momento Caspar David Friedrich (pinchar, que el saber no ocupa lugar)
En la foto de abajo, fijaos en las manchitas de nieve que aún aguantan en las altísimas praderas de la fuente del Pájaro. La silueta de la montaña, recortada sobre las nubes, coincide casi exactamente con la épica bajada (suene aquí una fanfarria) que hacemos desde Peñalara por Citores. Por cierto, habrá que volver a hacerla, que Ete dijo que no ha subido nunca y no puede quedar así la cosa.



Después de haber recortado silueta un rato, iniciamos el camino de vuelta "cuerdeando" por el Alto del Telégrafo con la falsa ilusión creada en nuestras cabezotas al asociar equivocadamente el concepto "vuelta" con "descenso", y éste con "relax".


¡Si es que parecemos nuevos!¡Qué forma de autoengañarnos!


Hasta la parte alta de la pista del Escaparate disfrutamos de un pedaleo más o menos despreocupado, sorteando piedras.


Aunque en ese sorteo... ¡parece que todas le tocan a J.R.!

J.R., stone-eater

De todas formas, Joaquín Rueda es el único que lo tiene claro...


...y aunque intentamos embaucarle con mil engañifas de todos los colores ("salimos rápido a la carretera, ayer pasamos el cepillo y el mocho a la pista, han puesto un club en Navalazor, de esos con luces rojas y justo es la happy-hour...") el tío no cedió ni un ápice. Creo que ya nos conoce muy muy bien. O quizás sea que nos delata esa incapacidad nuestra de ocultar la sonrisilla aviesa con la que acompañamos nuestros falaces argumentos. Va a ser eso, oye.


¡Pues, hala!: Escaparate abajo, con uno menos en el grupo.


Y fíjate tú que en la explanada de los Cogorros me encontré con dos cofrades de la hermandad de la Santa Cruz... ¿Me lo debería tomar como una señal? Porque no es que fueran dos santas, sino que se trataba precisamente de dos santas-SOLO y justo del discretérrimo naranja de rescate de montaña que tanto me embelesa.

Lo que no saben estos simpáticos ciclistas es la suerte que tuvieron: Si llegan a calzar XL, les habría hecho una oferta que no habrían podido rechazar ;)

Dos SOLO al juntarse... ¿dejan de serlo? (¡Perdón!)
¿Que por dónde bajamos desde Cogorros? ¡Eso me gustaría saber a mí! Repasando el track, veo que ni Enmaderado ni Maravillas, justo entre medias, aunque pelín más pegados a Maravillas. En un determinado momento tuvimos que parar un rato para dar aire a la rueda trasera de Pablo, instantes que aprovechó sherpa-Sherpa para una breve pero reconfortante siesta, que si cualquier lugar es bueno, a la sombra de un pino sobre mullidita hierba, pues mucho mejor.


Cumplimentados los susodichos trámites y después de bajar la loma de la Machorra, giramos bruscamente ("¡IZQUIERDA, AR!") para tomar un sucísimo y traicionero sendero que hizo las delicias de los cinco más golosones del grupo de cinco. Pleno.

Foto hecha aprovechando un tramito relajado.
El sendero, que de fácil y placentero tenía poco o nada, nos depositó en la pradera de La Machorra. Desde allí casualmente arranca una bonita y pedregosa cuestarraca que en cierto momento dejó pelín dolorida la parte trasera de mi sillín cuando ésta impactó subitamente contra cierto miembro par de mi anatomía humana, ¡aihnsss!


Venga, otro poquito cuesta abajo cerrando los ojos, que no quiero ni ver por dónde me meto. Y desde allí, (unos cuantos analgésicos botes ya estaban apaciguando el dolor que sentían mis pobres y sufridas partes), derechitos al cargadero de la Cuesta de los Muleros, desde donde arranca la mítica cuesta del Periódico, lugar de mil aventuras.


Hoy, sin agua rezumando por las lisas planchas de granito, se bajaba relativamente bien. Quiero decir que, de cinco que iniciamos la cuesta, cinco llegamos abajo y enteros. ¡Pleno otra vez!

 Ete, poniendo los cinco sentidos.
A estas alturas nadie se explica cómo ni de qué manera es capaz Chomin de bajar a toda pastilla a la vez que escanea con su radar de 360º en busca de cualquier boletus. Que no se le escapa ni uno, oyesss. Ni siquiera ahora, que supuestamente no es época o, al menos, no se dan las condiciones. Y, sin embargo, ahí le tenéis con un precioso mini-ejemplar de pinícola que yo no habría visto ni aunque me lo hubieran señalado con luces de neón.


Y nada... que hasta casa la verdad es que no tuvimos ni un minuto de descanso, como viene siendo habitual. Todos gruñimos, pero al final es lo que nos gusta y lo que da sentido a levantarnos a tempranísima hora. Ya lo dijo Ibn al-Rumi, pensando seguramente en nosotros, gente del futuro cabalgando diabólicas máquinas:

"¿Cómo puede haber cansancio cuando está presente la pasión?
Oh, no suspires con pesadez por la fatiga: ¡Busca la pasión, búscala, búscala!"



Así que otra jornada completa, jornada Comansi, (terminamos, eso sí, un poco tarde y por eso nos quedamos sin paella) a la que pusieron broche de oro con distintivo de colorines las consabidas cervecitas, gentileza del señor mayor cuya onomástica celebramos con alborozo y sonada algarabía.


Y que se repita muchos años.

Y que todos lo veamos.

Y si es pedaleando, mejor.

Ya me callo.



 

Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.