miércoles, 24 de diciembre de 2014

Mañanabuena

24 de diciembre: Un poquito de etapa panorámica (sin escaleras) con Chomin...

















...probadilla de la nueva cerveza sherpa (fuerte, fuerte)...











 ...¡y feliz Navidad pa'everybody!

martes, 23 de diciembre de 2014

Padre, he pecado...

¡Ay, los pecados de la carne!

Hacía mucho, padre, pero hoy he pecado. ¡Y en familia, que hacía tiempo que se lo debía!

Para ir al grano, me saltaré los prolegómenos (que ya sabéis la importancia que tienen en estas cosas), aunque sí que haré referencia a un foie al oporto como no recordaba haber tomado ni en los norteños santuarios, sin hiperbolizar ni un mínimísimo ápice. La foto la hice al final, que si me entretengo para hacerla al principio, ya sabéis lo que pasa


Primero, una chuleta de angus, raza originaria de Escocia, criada en EE.UU, con edades entre 2-3 años. La característica del animal es que no tiene cuernos y se cría exclusivamente para carne. Por lo que he podido saber, es muy apreciada en América, especialmente en los USA y en Argentina. Para ser la de sabor menos potente, hemos comenzado muuuuy bien.


Un pasito más, un nivel más de sabor con esta chuleta de simmental (fleckvieh), raza de origen suizo (productora de leche y carne), de 5 años de edad, madurada entre 40-55 días. Cuando he visto el grosor de la pieza me he temido lo peor, pero la verdad es que estaba en su punto: bien sellada por fuera y tierna, caliente y jugosa por dentro.


El culmen del sabor lo hemos alcanzado con esta rubia gallega, de más de 20 años de edad (me lo han dicho al final, no me lo puedo creer), madurada  entre 90-180 días. Una pieza excepcional; luego me la han enseñado en la cámara y ya si que me lo he creído. Y aunque no me hubisen dicho nada, la pongo un 10 sin dudar.


Buey de raza rubia gallega, (nacional o de Portugal), con más 5 años de vida y con una maduración superior a 150 días. La verdad es que con estos periodos tan largos, tiene que gustarte la carne así. Muy parecido al de El Capricho (Jiménez de Jamuz). En todos los casos, la textura perfecta (¡perfecta!). Pero en este último, por la larga permanencia en cámara, además sedoooooosa.


Este es el aspecto final de mi plato. Los que me conocéis lo reconoceríais en cualquier lugar: siempre me pido el hueso, jeje. Para mí es donde está, ahí pegadita a él, la mejor carne de la chuleta. Y amenazo: no voy a ir al servicio en los próximos quince días.


Luego, sin hacer ruido y en silencio me he colado para hacer algunas fotos (mis chicos se morían de vergüenza, dónde va padre...)


Así de sencillo. El chef Cata me dice que es muy fácil, pero yo le digo que he visto en muchos sitios estropear un chuletón.



Tras una breve charla obtuve un salvoconducto que me permitió visitar el sancta sanctorum. Hacía más fresquete que anteayer en la Fuente del Infante. Me callo un rato para que lo disfrutéis:






A lo mejor son cosas mías, pero juraría que el comensal de azul, el que parece el hermano pequeño de Robin Food, cuando se sentó a la mesa no pesaba más de 45 kilos.


El local (La Taberna de Elia, en Pozuelo, que no lo he dicho) no va ser reconocido con el premio nacional de arquitectura precisamente. Al menos no este año. Un poco pequeño el lugar, pero tiene buenos accesos (¡no me he perdido!) y se aparca bien, cosa importante.



Doy gracias al cielo porque estas cosas sean caras (mucho). Porque si no, ya estaríamos al otro lado del río.

Otro día, sherpitas, hablo de bicis y montañas. Hoy no me he podido (de)aguantar.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Invierno, primavera, invierno.

Ayer nos acordamos mucho de Sherpol, con las ganas que tenía de probar su piñón extra especial de no-sé-cuántos dientes, y que no pudo salir. Pero la mañana no tenía demasiada buena pinta. Aparte del "ver" que tenía el día, os puedo asegurar que el asfalto de esta zona era una puritita pista de patinaje artístico.


El carril bici también tenía su peligro, así que nos lo tomamos con calma. Además, un pequeño contratiempo con mi cambio trasero, machacado el cable por alguna piedra del camino, nos hizo retrasarnos un buen rato. Poco a poco la niebla se iba disipando y el solete tomaba algo más de fuerza, pero el frío continuaba siento intenso.


En La Granja estaba completamente despejado, esto era ya otra cosa. Mirando hacia atrás, se veía el banco de niebla, una niebla oscura, sucia y fea, cubriendo completamente Segovia.


Nos dirigíamos, que no lo he dicho, hacia la Fuente del Infante, donde algunos grupos de montañeros iban a colocar un belén, con parafernalia de comidas, bebidas y músicas tradicionales. La idea había sido de Pablo, por eso lo de acordarme de él en el primer párrafo.


A la altura de la plaza de toros vimos Domingo y yo lo que parecía una pelota de golf extraviada. Una pelota de golf que solo se podría utilizar una de dos, o en Bilbao o aquí, en La Granja. Quizás los del La Faisanera se hubieran pasado con el driver. Al final, nuestro corresponsal en el Real Sitio nos sacó de dudas: se trata del espacio cultural (¡toma ya!) El Pozo de la Nieve. No sé... No comment...


Con tanta investigación, Chomin y yo habíamos perdido el rastro de David y de J. Rueda, de modo que después de comprobar vía telefónica que habían tirado por la subida tradicional, algo aburrida, decidimos subir por la mucho más bucólica de... bueno..., que ni idea, porque pensando en que la subida me la sabía todita, no saqué el gepeese, así que sólo os puedo decir que atravesamos, aquí se ve, el arroyo del Berrueco, que lo sé porque en el mapa no se ve otro por los alrededores.


Una vez que enlazamos con la pista, llegaron los trasudores primero, seguido de los sudores malitos después, que indicaban que ya comenzaba a sobrar la ropilla que llevábamos. Aunque no toda, no os asustéis... La primavera había llegado a la etapa de hoy. Unas bonitas fotos del paisaje que se ofrecía ante nuestros ojos.


Y viendo que sin guantes se estaba mucho mejor, ya me los quité para el resto de la subida.


Subida que es entre mala y pésima. Por lo menos para mí, que parece que nunca se termina. Y para que veáis lo mal que lo pasé, os diré que casi no hice fotos a pesar de tener las manos libres (sin guantes, me refiero). Además, tampoco merece la pena, porque haces las fotos con ilusión para que luego parezca en ellas que no hay cuesta ni hay . Por ejemplo, este tramo del final, puede parecer en la foto que se haga con el plato grande.


Tuve que hacer una retratación a este corredor que al pasarme me quitó las pegatinas del velocípedo.


La verdad es que no me he ganado el sueldo haciendo tres míseras fotos para ventilarme setecientos metros de subida ininterrumpida y sin descanso, pero es que tenía que concentrarme en dar pedales y en mantener fuerza de voluntad necesaria (mucha) para no mandar de una patada hasta Segovia a la bici, a la cámara, al casco, a la mochila y a la madre que parió a todos estos cachivaches del diablo. (Nota personal: cenar un kilo de espaguetis la próxima vez que suba a la p* Fuente del Infante Froilán). Al final, con la vista nublada (me tuve que quitar las gafas empañadas, que a menos de 5 Kph se empañan las jodías) la música me guió hasta el mismísimo centro de la concentración.


¡Hola David! Tienes cara de vacaciones, jodío... No pares, sigue con la dulzaina, que esta gente querrá bailar un poco para mantener el calorcillo.


David y J. Rueda ya habían llegado. Pasados unos diez minutos también llegaron Ete y sh-Sherpa, que se habían levantado algo más tarde, que sus cuerpos no asimilan ya tan bien como cuando eran jóvenes las proteínas de la carne. Tampoco los gin-tonics.

Una vez cambiados de ropita y consumido nuestro propio piscolabis, que no somos socios de ninguno de los clubes prganizadores (mirando de reojillo la panceta calentita), decidimos más que bajar, no subir más. ¡Sabia, sabia elección!


Al principio sí que bajamos.


Aquí J. Rueda, con su peculiar estilo de descender extremo, siempre al límite. Supongo que esa rodilla fuera de sitio se debe a la maniobra de esquivar al puñetero fotógrafo que no sé qué hace en medio de la pista molestando.


Pero en el primer desvío hubo cónclave. La etapa se nos quedaba sosa, y había que improvisar. David se tenía que retirar a sus aposentos. Y en cuanto Chomin repitió tres o suatro veces que lo que tenía pensado incluía una zona un tanto dificultosa técnicamente hablando, J. Rueda decidió que se bajaba también.


En las umbrías de los Espartales del Morete aún quedaba nieve. Son curiosos estos "descensos" (alguien había dicho que ya era todo para abajo) en los que tienes que hacer el mismo esfuerzo que cuando subes, ¿verdad sherpas?


En los altos, la vista del mar de niebla nos hacía parar brevemente para disfrutar de su contemplación.


Y después de pelear un rato con la vegetación para que no nos destrozara los cambios, salimos a un soleado y acogedor clarete en el bosque. Muy bonito y, para mí al menos, desconocido.


'Spectaculares las vistas, Segovia se destapa un poco la patita.


Los sherpas firmes y con la mirada fija en el infinito, momento himno nacional. Chunda, chundaaa, tachunda chunda chundaaaa...

 


Más complicado resultó el contraplano: no es fácil girar la cabeza cuando entre los tres suman ciento cincuenta y cinco añazos.


Aunque Chomin no tenía la salida demasiado clara, enfilamos sin dudar el único lugar (fijaos que no empleo la palabra sendero ni otra parecida) por el que se podía ir, aunque alguno de sus tramos estaban poco ciclables. A estas alturas ya me había golpeado (sea con ramas, piedras o con el mismo pedal) ciento cincuenta y siete mil veces en el hierro de la rodilla mala. Agradable sensación, oiga.


Dos o tres fotos más de la travesía. No lo digo con ironía: me gustan de veras estas partes en las que no sabes dónde vas a terminar y al final descubres un nuevo paisaje o una nueva ruta a parajes conocidos.


La zona, la verdad, tenía pinta de estar muy poco transitada. Quizás sí por unos cuantos jabalíes.


Al final, un lugar recóndito, de los últimos santuarios de soledad y recogimiento de esta zona: Corral de la Mesilla Alta (¿o Corral del Tío Poncio?), que ya os digo que como no llevé el gepeese, lo digo a ojo y por aproximación, pero creo que no me equivoco.


Nos costó abandonar el lugar, salvaje y aún sin McDonalds ni rehabilitaciones ni intervenciones espurias. Que siga así.


Y fíjate tú que tirando topabajo-topabajo, inclinadamente y con el sillín pegado al pecho, desembocamos en la mismísima pista de la Fuente del Montañero, clásica entre las clásicas. Detuve mi descenso en los últimos metros para hacer esta foto al cuñao que estaba ya en el camino y que me acababa de decir dónde estábamos, que si es por mí, tampoco me habría dado cuenta hasta ver el cartel de la fuente.


Y nada, que como siempre la zona más divertida y veloz se queda sin fotos por las razones que todos ya conocéis: básicamente que quiero disfrutar. También que si me paro, ya no los veo el pelo. Sólo indicar que en un momento me detuve para ajustarme las correas de la mochila, y la sherpería desapareció de mi vista tan rápido que cuando quise recuperar terreno bajando hacia el vado del Carneros, casi salgo por las orejas en un par de ocasiones. Con ello obtuve la ración semanal de adrenalina.

Ya en el carril bici, tuve que abrigarme de nuevo, que el invierno se hizo presente en cuanto entramos en la niebla que cubría Segovia. ¡Vaya frío!


¡Veis cómo les cuesta girar la cabeza! ¡Si nos movemos peor que los clicks de Famobil! Dentro de poco vamos a subir al Chozo todo recto y arriba alguien nos va a tener que poner en dirección a casa...


Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.