sábado, 4 de abril de 2015

Haciendo las tareas

La mañana del miércoles pasado se me ocurrió comentar, así de pasada, que quizás me apeteciera por la tarde salir a investigar un poco con la bici. Por eso no debería haberme sorprendido encontrarme, justo antes de sentarme a comer, con un bocadillo y una pera perfectamente empaquetadas y en perfecto orden de revista. Yo, atento a las señales, me lo tomé como un sutilísimo "anda, vete un rato por ahí y déjame en paz".

Apañé un poquitín la Spe, la cosa más parecida al arpa de Bécquer, pobre, después de mi breve pero intenso affaire con la Santa— y me puse a dar pedales con la idea de reencontrarme con la fuente del Pino Bota, que según mis apuntes no visitaba desde (¡pasmarse!) el lejano y feliz 2006, casualmente un par de meses después del estreno de la burra azul.

La tarde se presentaba espectacular: pon que estuviéramos a 20º y casi sin viento. Subí por Santa Isabel e hice un montón de fotos que me voy a guardar porque si no, saturo la entrada.


Un poco más arriba del Juego de Bolos una estampida me sorprendió: una docena de caballos bajando ladera abajo. Lo malo es que la cámara tarda tres cuartos de hora en encenderse y no hubo manera de hacer una foto decente, pero os puedo asegurar que es un espectáculo, sobre todo, por el ruido y el alboroto que forman.


Trabajos forestales.


Fijaos en el estado de la cabecera de la Vereda de las Vueltas: el 31 de diciembre bajamos por ella Enrique y yo y fue un verdadero suplicio, llena como estaba de decenas y decenas de pinos cortados. Parece que todavía vamos a tener que esperar para poder disfrutar de ella.


Al llegar a Prado Redondillo, si me dejan escoger cualquier otro lugar del mundo en esos momentos, no habría elegido otro, de veras. Con mi bocata y mi pera bien ya desempaquetados, los veinte grados y sentado en las rocas dándome los últmos rayos de sol de la tarde... ¡como un rey!


Hice una foto de Peña Citores. Si os fijáis bien, se puede ver el refugio. ¡Vaya bajadón, se te saltan los empastes! Pocos ciclistas se habrán aventurado por allí. Ahora pienso que me hubiera gustado probrarlo con La Santa Cruz, tremendo test.

 
Ya me quedaba poco de pera y el sol se acercaba al horizonte, de modo que no podía estar allí ya demasiado tiempo. Sobre todo, porque no había tenido la precaución de echar las linternas.


En el kilómetro 5 comienza la Vereda de la Ventana, pero yo sólo la había hecho subiendo(!), así que tendría que investigar  para encontrala. No me fijé demasiado y tiré despreocupada y equivocadamente en dirección perpendicular a la pista.


Después de un tramo denso y sucio, el gepeese me indicaba que la fuente estaba allí al ladito, justo detrás de una cortina impenetrable de vegetación. Remonté un tramo, rodeé por la izquierda...


...y allí estaba, justo donde la tenía marcada. También vi que la vereda venía franca y bien marcada por mi izquierda, la opción que debería haber tomado.


El caso es que el lugar está en una zona del bosque apartada y un tanto descuidada pero, por salvaje, muy bonita: tolmos, pinos, acebos, tollas... y una bici. Si subimos por la vereda, se encuentra sin demasiada dificultad; pero si bajamos, no se ve si no se busca. Menos mal que yo la tenía bien marcada.


Esta otra cueva, como un remedo en grande de la Cueva del Monje, fue bautizada en un post antiguo de este blog por Jorge (hermano de Kalambrines) como la cueva de los Zumbidos, porque se encontró en ella unos avisperos un tanto agresivos. Yo me la encontré deshabitada.



Para tener la entrada correcta a la Vereda de la Ventana para posteriores ocasiones (y no la incorrectísima opción que yo había tomado) decidí remontar la pista para tenerla grabada en el gepeese. Unos minutos más tarde, con la lengua casi rozando el suelo y los riñones al jerez, las tareas hechas, volví ya por la ruta correcta para parar, un poco más abajo de la fuente, en el Pino Bota.


Bien marcado con la bota que veis, leo por ahí que no es el original y genuino Pino de la Bota. Y es que, aunqe sea un ejemplar espectacular, hay pinos bastante más altos, gruesos y viejos en el bosque: sin ir más lejos, pensad en los Tres Abuelos que están en una zona sherpa que no revelaré en público.


No documento gráficamente la bajada porque me dediqué a la diversión pura y dura, sin detenerme. Ya abajo, en los Praderones, la luz era espectacular a esa hora de la tarde.


La luz del sol poniente hace, en estas tardes de inicio de primavera, que la parte más aburrida de la excursión que es la vuelta a casa, se haga bastante más llevadera. Los paisajes son casi mágicos y me recuerdan la novelilla (novelón) que hace poco leí sobre la leyenda del Palacio de Valsaín y las ruinas de Casarás... pero lo dejo ahí, porque será objeto de otras entradas, espero.


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Ya es otro día, es viernes, y la ruta de hoy es por la misma zona que la anterior excursión, pero más arriba: llegaré hasta el Grano de Café, mirador privilegiado, lugar "dominguil" y, precisamente por ello, poco conocido y escasísimamente transitado por bicicletas y animales de dos patas en general.

El viernes no fue un día del todo luminoso, pero la sierra invitaba igualmente a ser disfrutada; fijaos en el majestuoso aspecto de Peñalara.


Para estar limpito, el bosque necesita estar sucio: ahora, con los trabajos forestales hay un montón de ramas por todos los lados y hay que tener cuidado para que no te destrocen la bici o casi peor, que te den de punta en toíta la espinilla: ¡qué dolor y qué agujeros!.


Por mucho que uno se dosifique, la Vereda de Peñas Lisas es una prueba seria para cualquiera. No echar el pie en ningún momento es un reto y yo no lo superé en esta ocasión: en las primeras manchas de nieve, a eso de los 1700 metros de altura, un resbalón me sirvió de excusa para parar un momentín y, ya que estaba, hacer esta foto. Tres respiraciones profundas más tarde volví a los pedales.


Después me desvié a la derecha para tomar la Vereda del Boquete Bajo de Majalgrillo y me encontré con esto. Me disculparéis, pero no pude apartarlo. Supongo que también se lo encontraría la sherpería hace tres semanas, cuando subieron por aquí. No fue fácil pasarlo, ya que me empeñé en hacerlo por la parte de las ramas y cuando no se enredaba la bici lo hacían las piernas... en fin, cabezón que es uno.


Pista adelante, donde antes siempre estaba alfombrado de serrín, ahora el Arroyo Valdeclemente desbordado complica aún más la cuesta y es difícil encontrar un paso en el que no se hunda la rueda. Pero estas pequeñas dificultades son la sal de las rutillas, que para eso semos biciclistas de montaña.

¡Cagüen!: En la foto parece fácil.
El bosque está descuidado en esta parte final y no es fácil en algunos momentos seguir el camino cuando ya se aparta de la pista principal. Aun así, y con la inestimable ayuda de la electrónica, llegué sin demasiados problemas a la Fuente de Ceniceros (y todos los demás nombres que aparecen en el cartel). Un fresquísimo relleno a la camelbak y continuamos para bingo.


Más sucio aún estaba este poco transitado tramo final, incluso el sendero desaparecía en ocasiones. Pero soy un sherpa obstinado, lo que compensa bastante mi legendaria falta de orientación y por eso llegué, si no a la primera sí a la segunda, al mirador del Grano de Café (que ni siquiera tiene nombre en los mapas).


Algunas vistas, que ya he puesto muchas en otras ocasiones en este mismo blog.


Y una última foto del inicio de la bajadona. Esta vez la encontré solito y a la primera. Desde aquí, bajando el sillín al límite, todo es disfrutar (siempre que no salgas volando por encima del manillar). Ya sabéis que no es cuestión de ir deprisa o despacio porque, al menos en los primeros tramos, te da lo mismo: tú bloqueas las ruedas y la bici baja por donde quiere y a la velocidad que la da la gana. Es cuestión de dejarse llevar. Fluye. Be water, my friend.


Y ahora, a lo que voy con estas dos etapas en una única entrada: Después de llegar a la pista a la altura de Majarrompe, remonté pista hasta el Km 5, para bajar por la Ventana. Lo que tenía pensado, como alternativa a la bajada desde el Grano de Café por la clásica (y dura) de la Fuente del Charco de la Rana, era enlazar con la bajada hasta el embalsín de Valdeclemente (Fuente del Zorrillo) para hacer casi sin pista, todo por senderos (o lo que sea), un bajadote desde los 1750 hasta los 1200 de la Máquina Vieja o hasta los Praderones. Pero esa parte de la bajada que se sabe Chomin me la tenéis que contar, sherpas. No sé si será algo como lo que marco aquí en rojo:

(Y si no, ya probaré yo)
¡Ah! lo que sí que os digo es que el bosque está en su punto. Así que ya sabéis todos los que habéis colgado la bici durante el invierno: ¡Ya es hora de sacar las burras!


domingo, 29 de marzo de 2015

Exprimiendo la naranja

Y qué mejor para estrenar la Semana Santa... ¡que una Santa Cruz! Gracias a LTMRacing y a las gestiones del amigo Víctor Tarodo (IMBA), este fin de semana he podido disfrutar de este maquinón de 275, la primera de todas las que espero probar hasta decidirme por una, allá por el verano.

Naranja rescate de montaña. Sí: se ve a mil kilómetros.

El sábado me puse mi atuendo naranja fosforito de los 101 Peregrinos, (la primera vez en la historia que un sherpa se pone algo a juego con la bici) y la saqué a que conociera los alrededores, a ver qué tal nos compenetrábamos los dos. El naranja de rescate de montaña o te encanta o lo odias. A mí, me está empezando a gustar.


La Santa Cruz SOLO (5010) parece ser que es una evolución o adaptación o algo así de la Bronson, con un pedalier bajito y vainas más cortas. El caso es que aunque la bici no era de mi talla, desde el primer momento noté que llevaba una jaca importante debajo, bajando y subiendo las cuestas del Pinarillo a La Fuencisla. Estoy hablando de las cuestas "interesantes", las que están escondidas entre los árboles.


Ya en casa, con algún dolorcillo raro, decidí que era imprescindible, de cara a la salida del domingo, poner una potencia algo más larga. El comportamiento de la bici iba a cambiar, sí; pero yo me iba a ahorrar un bocadillo de ibuprofenos, seguro.
 
El cambio de hora hizo que la sherpería saliera con peso extra de legañas. Además a Pablo se le olvidaron las gafas y tuvo que hacer una contrarreloj extra.
 

Detrás del sherpa-Sherpa no se va bien, la verdad. La vista es, digamos, desagradable. Es lo que en jerga sherpa se llama "hacer un Calvin". Si te descuidas y sigues detrás de él en zonas un poco más inclinadas y comprometidas, hay veces que tienes que parar y pasarte detrás de las zarzas a aliviarte cuando enseña la hucha.


Yo, a lo mío. Sensacioines varias. Curiosamente lo más desagradable eran los puños, acostumbrado como estoy a los muy gruesos.


Hasta el Puente de la Cantina, sendereando por terreno sencillo, me sentí muy cómodo, la verdad. Primera vez en mi vida que monto en algo que no sea una 26 y la verdad es que se nota mucho. Sólo con esta experiencia estoy casi completamente convencido de que no voy a terminar con una 29, que 275 es lo que necesito.


Después de la parada de los genuinos dátiles palestinos con hueso (gentileza de María del Carmen, señora de Ete) comenzaban las subidas un poco más serias. Pero la que acabábamos de dejar desde el río a la pista, no tan fácil como ya sabéis, la hice muy requetebien. La bici no pesa poco, es pequeña para mí, y los desarrollos no son los que yo llevaría, pero se portó en este primer test.


Más arriba, después del cargadero del Hoyuelo, por encima del Periódico, la cosita se ponía dura. Incluso antes de empinarse seriamente.


Las bicis, seguramente, derrapando y derrapando irresponsablemente, habían dejado esa zona del bosque bastante impracticable.


Bueno, impracticable, no; que nosotros la "practicamos".

 
La subida hasta Navalviento no es light precisamente, pero con este suelo tuvimos que apretar la dentadura en más de un tramo para que no se dijera que habíamos echado pie a tierra.


Por mi parte, quise testear el equilibrio sobre la Santa haciendo unos retratos a los chicos estos. La zona, aunque no lo parezca en las fotos, era comprometida, pero se me dio más o menos bien. Lo malo fue que no había manera de guardar la cámara, y a una mano por aquí sufrí lo mío.


Pero como la bici se empeñaba en no parar, yo p'alante. Y os aseguro que se nota en las piernas llevar dos High Roller de 2,35 delante ¡y detrás!: Casi una fat-boy, jeje.


¡Ah! Y por ello también, algo más que una 270.


En las manchas de nieve a cosa se puso aún más durilla, pero nosotros erre que erre.


En Navalviento hacía eso: viento. El día allí era pelín desapacible, así que un piscolabis rápido y a pensar en la bajada, que desde los mil setecientos y pico ya la nieve acumulada en los senderos no nos iba a permitir disfrutar ya de más subidas.


En un descuido Chomin me robó el bólido, pero no era de su talla. Veréis que el jodío se había vestido para la ocasión.


Y aquí vino lo bueno. Como siempre, la fotos son de los lugares menos comprometidos y menos divertidos, en paradas técnicas y lugares así. Pero lo que disfruté en esas zonas no os lo puedo contar.


Cruzando el Carril del Gallo, Chomin nos condujo pegaditos al arroyo de Lumbralejos, donde vi lo que puede dar de sí una bici sólida, aunque tenga delante sólo 120 mm de recorrido.


La dirección, los bujes... la rigidez de la jaca, unida a las ruedas 270 y al sistema VPP de SC (de la mano de la legendaria habilidad del sherpa-Tris, claro) se notaron en la bajada desde el principio. Bajé el doble de rápido con el doble de seguridad, ¡qué sensación!


La verdad es que, si lo piensas, el mérito está en bajar con nuestras (hablo de Ete y de mí) viejas Stumpjumper del 2006, unos verdaderos dinosaurios para lo que ahora se estila. Debemos ser los ciclistas de montaña de esta parte del Mississippi que tienen las bicis más antiguas. Apuesto.


No tenía que preocuparme en la mayoría de las ocasiones en buscar el paso, ni la trazada, ni de esquivar piedras ni desniveles: la bici lo hacía casi todo por mí. Agil, segura, rígida... Lo único que necesito ahora es un mecenas o un socio capitalista, porque los que no sigáis esto de las bicis de montaña, ni os imagináis el precio que pueden llegar a tener estos aparatos del demonio.


Apunto: una buenísima candidata la Santa esta. Lo que pasa es que tengo que considerar opciones. La bici que me compre ha de durarme hasta los 60 tacos, edad en la que me compraré una eléctrica, que las baterías estarán ya bien pensadas, digo yo. Así que probaré hasta alguna 29, que si quiero descartarlas tiene que ser con razón y fundamento.


Otra vez en el camino, veis aquí a los sherpas realizando trabajos forestales: limpiando (gratis) un tramito de la Valbuena para los próximos que transiten por ella.


Una vez terminada la parte más teta del descenso, Chomin nos condujo en un contínuo sube y baja rompepiernas. La verdad es que cuando llegas al Eresma tienes la sensación de que ya ha pasado lo difícil, pero estas sendas (las de la derecha igual que las de la margen izquierda) pueden ser de lo más duro. Sobre todo cuando el bosque está como hoy: húmedo y sucio.


Yo terminé muy cansado, pero disfruté como hacía tiempo que no lo hacía; sobre todo, las buenísimas sensaciones de las bajadas más difíciles y rápidas que, seguramente (y no quiero hablar mal de mi queridísima montura) se me habrían hecho desagradables en algunos tramos con la vieja Spe.

Al final de la etapa era un poco menos naranja ;)

Os dejo alguna foto más, que ya puse ayer en el FB.



El martes la devuelvo. Mañana sadré un rato para despedirme de ella. La anoto como una muy buena candidata.

Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.