lunes, 16 de abril de 2018

Mil senderos

Mediado el mes de abril de este 2018, parece que nunca va a escampar. Cogemos nuestras monturas con la desesperanza del que sabe que nunca va a salir el sol y que la nieve cubrirá nuestras tierras y ciudades en esta sexta glaciación. Aunque no del todo, porque es cierto que la temperatura hoy no era tan mala. De hecho, yo mismo, el viernes di una pequeña vueltecilla en pantalones cortos, la primera vez este año. Casi pago la osadía y por los pelos me libré del tremendo diluvio por apenas cinco minutos. Recordaréis los segovianos (¿desde qué otro lugar va a leer alguien esto?) que el viernes jarreó.

Haciendo memoria (ya me cuesta, ya), recuerdo que abandonamos el carril bici antes del submarino amarillo, hicimos una estéril intentona de bajar al río por donde no se podía y regresamos a la sensatez por la carretera que cruza el pantano.


Tomamos el senderete que lo bordea y desembocamos, sin saber aún la idea que tenía Domingo en la cabeza, en la pista que pasa por el cementerio de La Granja. Ni frío ni calor, llovizna agradable y pedalear cadencioso, más lento que rápido, el clásico de los sherpas.


No sé qué hacían estos tan atrasados, no recuerdo qué les pasó. Seguramente algún cambio de ropa, lo cual suele suponer entre cinco y diez minutos. Media hora si se trata de Pablo. Joaquín, mientras tanto, revisa los alimentos caducados que porta en el fondo de su mochila. Algunos pueden llegar a estar fechados (comprobado con el carbono-14) antes del 2000. Menos mal que no dejamos que las gominolas le caduquen; esas, no.


Por momentos la cosita se ponía fea: más llovizna, mucha humedad, sudor reconcentrado en el interior del ¿transpirable? chubasquero, nubes pegadas a las cumbres... Pero el sherpa es un bicho que una vez que ha salido de su madriguera, (casi) nada le arredra. Es más, se crece. ¡Hala, vamos aonde las nubes y a lo más peor!


Pasamos por un paraje que siempre me ha gustado mucho: el rancho de la Tejera. Continuamos por bucólico recorrido como hacia Las Calderas. El Cambrones, de sonoro y contundente nombre, aquí es juvenil y salvaje, como de la ESO.


Quiebro hacia el sur siguiendo el río para tomar una de las sendas más bonitas y escondidas de esta zona y, de nuevo, quiebro hacia el norte por el camino que atraviesa el rancho de Berrueta, una de las mayores concentraciones de mastines de todo el planeta. Se oyen ladridos amenazadores a diestra y siniestra, arriba y abajo, delante y detrás... Como se ve en la foto, J. Rueda se pone el primero para defendernos de los posibles ataques de las furibundas fieras.


A estas alturas aún bordeamos los charcos, el gore-tex aún cumple su función y todavía llevamos secos los pies-es.


Incursión fallida, volvemos a la pista: Muy mal vimos el río (se trataba del Chorro Grande, me niego a llamarlo arroyo), para dar media vuelta y no atravesarlo.


Foto al suelo para apreciar la jugosidad del terreno: Había zonas inclinadas en las que el agua se había convertido en algo que retaba a las leyes de la naturaleza y se negaba a fluir pendiente abajo, manteniéndose estática, inmóvil y obstinada en no evacuar. Se pedaleaba MAL, con ese chof-chof que alguno conoceréis.


Más tarde, subiendo, subiendo, llegamos a un bunkercillo que no había visto nunca. Lo grabo en el gepeese para mi colección. Aquí el terreno, si no perfecto, ya está como Dios manda. Eso sí, sendero, lo que se dice sendero, no hay.


Ahora ya estamos en territorio conocido, se trata de la subida clásica al Chorro, pero en esta ocasión lo hacemos de bajada, más divertido. Nos desviamos antes de llegar demasiado cerca de las urbanizaciones, cruzando el arroyo de Peña Berrueco.


J.R. debía de andar despistado, porque no se apeó para vadearlo, jeje. A veces se le olvida que tiene que poner el pie.


Breve pelea con una valla inoportuna y salimos a las zetas pegadas a la tapia de Palacio a la altura de la fuente de las cuatro efes: "Fuente Frente a la Fuente Fría", que así es su nombre, según reza en el cartelillo que hay en su obra.


Tomo nota de que es un buen lugar para acercarse a tomar un bocadillo una de estas tardes, si alguna vez el tiempo lo permitiera.


Subiendo pruebo a ver si el agua corriendo da una idea acertada de la pendiente en la foto. Pues no. Está más pendiente de lo que a primera vista pudiera parecer. La cuesta cuesta.


Eso sí, como siempre, las vistas premian nuestro esfuerzo.


Una vez en El Esquinazo, cruzamos el Morete y descendemos contentuelos (de nuevo, una de las sendas que me gustan) para cruzar el Carneros. Como las tablas rotas y húmedas del puentecillo nos dan pocas (pocas es algo) garantías, descabalgamos para cruzar, aprovechando que nadie mira.


Aunque esta es una zona más "civilizada", el sendero por El Cebo ya sí que tiene unos cuantos árboles caídos, el común denominador de las últimas salidas. Y con últimas salidas me estoy refiriendo a los tres últimos meses y medio, que este año será recordado por los siglos de los siglos. Por cierto, que aunque no sea de bajada, este es otro de los senderos que me gusta entre ocho y ocho y medio.


Al cruzar el Carneros, la cosa se pone difícil. Si Chomin pasa mal, no sé cómo me las voy a arreglar yo.


Y otra cosa: el ancho del puente es incompatible con la anchura de nuestros manillares. Hago desde aquí una llamada a los amigos pontífices granjeros o valsaineros para que construyan puentes de más de 8o cms., que rascamos con los codos. Aquí vemos al cuñao pasándolo malitamente. Y tenemos que pensar que de perfil tampoco iba a pasar el bicho.


Hoy lo difícil no era la cuesta, sino llegar a ella, puesto que su embocadura estaba taponada por un montón de troncos y ramas que hacían difícil el paso.


Joaquín, momentos después de romper el tronco para pasar. ¡No se le pone nada por delante, qué carácter!


El otro Joaquín aprovecha la brecha para pasar.


Ganada la altura de Tobarejos, nos disponemos a cruzar veloces hacia las Tres Varas.


Pronto nos encontramos con un poquillo de nieve. Hoy, manteniendo el sube y baja durante toda la mañana, hemos logrado no encontrarnos con demasiada cantidad, pero no hemos podido libranos completamente de ella.


Os dejo unas fotos de la embarrada y complicada zona antes de cruzar La Chorranca, camino del Juego de Bolos.







Unos metros de pista (con aviso incluído) antes de llegar a la Cueva del Monje, donde nos desviamos hacia abajo, hacia el oeste.


¡Estas bicis, lo que erosionan! Si es que no me extraña que los ecologistas-talibanes nos quieran lapidar...


Buscando oblicuamente la bajada a la Fuente del Ratón...


En el desvío hacia la cacera el estado del terreno es lamentable. Y, como Hernández y Fernández, yo aún diría más: es fatal, malo, pésimo, horrible, deplorable, triste, lastimoso, penoso, desolador, tremendo, desesperante, patético, lastimoso... Pero ya sabemos: ¡Culpa de las bicis y de los incivilizados que las montan que, además, tiran las bolsas de patatas y las latas de cerveza en la Boca del Asno!

Seguro que hay personas, coches, centros comerciales e incluso civilizaciones perdidas debajo de todo este barrizal.

1...
2...
3...

La cacera está divertida por las raíces y las piedras resbaladizas. Yo, en uno de los momentos en los que había que arriesgar, lo hice demasiado y acabé con bici y todo dentro del agua. Pero nadie se enteró, discreto que soy. Un par de troncos atravesados, pero por lo demás en estado de revista.


Justo antes de llegar abajo decidimos volver a desviarnos. Ya nos da igual, el track es una verdadera Maraña. Esta vez subiremos al cerro del Puerco, que está al lado.


Se pone a llover un poco, pero a estas alturas ya qué más nos da si no nos van a dejar entrar en casa de ningún modo. La temperatura es buena y la subida se hace muy agradable (es un decir).


El de la electrógena abre camino a los demás.




Esta es la última foto de este tramo, que a partir de aquí la pendiente y el barro hacen difícil la fotografía artística.


Justo en la última cuestecilla la rueda delantera me resbala y el esfuerzo por mantenerme encima de la burra hace que me quede sin resuello y casi me dé un paraflús del siete. Sin embargo, me mantengo encima de la montura a costa de fastidiar la trazada al pobre J.R. que iba pegado a mi rueda trasera.

Cima.


Chomin.



Foto por la que queda demostrado que David y J.R. son vampiros de la peor especie. Ete, dentro de lo que cabe, parece normal.


Unas cuantas vueltecillas más, un par de serpenteantes senderetes de bajada, unos cuantos golpes con ramas traicioneras y ya. No más fotos, no más texto (que no recordaba el tiempo que requería esto de escribir el el blog y ya se me hace tarde).

Hasta dentro de un tiempo no habrá más entradas, no os vayáis a malacostumbrar. Puede que la siguiente sea la crónica de nuestra segunda visita a Irati (me dirá Marcos que el primer Irati no tiene crónica, y con razón), que será allá por mayo...

...siempre que Ochagavía no esté bajo las aguas, ¡que al paso que vamos, todo podría ser!



Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.