domingo, 5 de agosto de 2018

¿Ándandará Ándara entre tanta niebla? (Una aventura en solitario)

Más de dos meses desde la última entrada. Más tiempo desde la última entrada "seria". Pero lo cierto es que los sherpas continuamos dando pedales. Y esperemos que por mucho tiempo. Aunque a veces seamos animales solitarios.

Eran las diez y cuarto de la mañana cuando ya tenía, por fin, todo preparado para subirme a la Tracer anaranjada y ponerme en marcha, después de salir en coche desde Panes, donde estaba alojado, y subir a Bejes después de tomar el desvío en La Hermida. Impresionantes paisajes, solitaria carretera. La previsión era de lluvia débil (no me importaba demasiado) y la temperatura de unos 20º (lo prefería). Sin embargo el sol apretaba y, con tantas cosas que preparar, se me había olvidado el protector solar. Y os aseguro que Lorenzo picaba de lo lindo, 29 gradetes marcaba el termómetro de la bici y algo más el del coche.


Desde la primera pedalada todo es cuesta. Veo frente a mí unos impresionantes murallones que en no demasiado tiempo van a quedar atrás. Mejor no pensarlo e ir pedal a pedal, a lo mío. No sé aún que en los próximos doce kilómetros tendré que salvar un desnivel de más de mil doscientos metros, así, para empezar. Y como no lo sé, no me preocupa. Y, además, si me pasa algo, echaremos la culpa la tiene J. R., que no quiso venirse conmigo. ¿Será porque le insistí poco?


Poco a poco voy tomando altura y aprecio mejor el impresionante paisaje. Allí, acurrucado y recogidito veo el pequeño pueblín de La Quintana. Pienso que esto en invierno debe de ser para cagarse por la pata abajo.


La subida sigue relativamente cómoda (firme de hormigón/asfalto y pedaleo cansino sherpa) mientras las nubes van extendiendo sus dedos por el valle. El goteo de sudor ya es constante.

 

Si todo se da bien, alrededor de la hora de comer, si he terminado, deberé buscar algo. De todos modos no me preocupo por ahora.  Llevo algo de fruta, barritas y frutos secos y nadie se ha muesto por no hacer una comida. Además, algún hueco habrá en La Hermida, supongo, porque en Bejes no he visto nada.

Cada vez que las revueltas me enfilan en su dirección, no puedo dejar de mirar esa pista que desciende apetitosa y encajonada. Sé que el track que llevo remata la ruta por el mismo lugar que estoy subiendo (aunque parta de más arriba). Pienso en qué forma habrá de hacer una etapa que baje por allí. Ya en casa veo que se trata, si no me equivoco, de la pista de la Riega Panizales. Habrá que investigar.
 

Invernales de la Hoja, último lugar en el que se podría aparcar el coche. Nos ahorraríamos dos kilómetros y medio de pista. Pero también nos perderíamos las bonitas vistas.


Al llegar me recibe un perro malhumorado al que repelo con una cariñosa patada en to'l-hocico. A los pocos metros me doy cuenta de que me ha clavado un colmillo y me ha hecho sangre. En la lejanía le pregunto al señor que está con el ganado que si está vacunado el bicho. Por su respuesta decido que lo mejor será pasar por el centro de salud cuando llegue a la civilización. Por lo que sea, creo que al día siguiente el perro estaría debetiéndose entre terribles dolores... ¡mira tú que morder a un sherpa, con lo indigestos que somos!

Desde aquí ya se ve otro lado, aunque la subida no ha hecho más que comenzar.


Continúo para bingo mientras la niebla va ganando terreno y la temperatura baja hasta los 19º. La mitad del líquido que retiene mi camiseta es del sudor y la otra mitad, de la niebla. Bueno, todavía se ve algo.

Bejes, por denajo de los Invernales de la Hoja
Bueno: lo justo para no darme de frente con estas edificaciones del paraje conocido como El Dobrillo, ya superados por cien metros los mil de altura.

 

El panel explica que eran de unos hornos en los que se procesaba el mineral de cinc (carbonato de cinc) extraído de las minas de "La Providencia", en el pozo de Ándara. Su período de explotación abarcó 65 años (1859-1924) y se explican las consecuencias de la actividad minera, tanto positivas como negativas (las más). Si no se me olvida, más adelante comentaré algo más. Os dejo la foto del cartel que hice al parar algo así como medio minuto.


Paro... y me quedo frío; pedaleo y me canso. No hay paisaje, todo lo que veo a diez metros es hormigón, lo demás es blanco y aburrido. No se ve nada, no se oye nada. Bueno, quizás "la cafetera" golpeando pum-pum, pum-pum... Por momentos me pienso si darme la vuelta, si todo va a estar así, si no perderé el track... Bueno, ya que estoy tiraré un poco más y ya veré un poco más adelante.

Llegando al Vao de los Lobos se produce la única tregua de un kilometrete en la continua subida. (* Vao, vau.- Vado, lugar por donde es posible cruzar una corriente de agua). Me encuentro con la fuente de repente, casi no se ve.

  

Paro para coger agua. Aunque no lo parezca, es difícil llegar al caño; está tan alejado del murete que tengo que encaramanme a la parte superior de la (resbaladiza) construcción. Fresquita y rica, aunque había leído que no siempre hay agua aquí a finales de julio. Con la camel medio llena de agua y todos los chismesque llevo (cámaras, abrigo, impermeable, funda, comidas...), el peso que llevo es considerable.

Vuelvo a pensar en la retirada (no se ve nada y me queda el meollo de la ruta), y para que se me pase la tentación intento hacer una llamada a Segovia... ¡No hay cobertura!


Pues habrá que seguir un poco. Cojo, entonces, la Intense y veo que según el track tengo que tomar la subida de la izquierda, hacia el Hoyo del Tejo, mientras que el camino de la izquierda viene del refugio de Ándara, que es por donde deberé aparecer en la vuelta si todo va bien. Así que espero verme otra vez aquí dentro de unas horas.

  

De nuevo subida por pista cómoda, pero esta vez ya veo algo de paisaje: un hayedo precioso, también algún tejo (¡teju!). Y bien ambientado con la niebla. Feérico, salvaje y solitario el Monte de la Llama. Precioso a la vez que pelín acongojante. ¡Hace horas que no veo a nadie!


Poco a poco el bosque se va diluyendo.


Para salvar la pendiente que cada vez se va haciendo más "interesante", esta curva está hormigonada, lo cual agradezco infinito.


En la Revuelta del Tejo -¡teju!-, justo antes de los 1500 m., definitivamente dejo atrás (y abajo) el bosque. De nuevo el paisaje desaparece, la pista se hace más pedregosa por momentos.


A la izquierda van apareciendo las paredes rocosas de la ladera del Pico del Samelas (eso lo sé ahora) a la vez que por la derecha todo desaparece a mi vista; lo mismo puede haber una caída de 20 metros que de 1000, no se ve nada en absoluto. 

La subida se está haciendo larga y, a falta de la distracción del paisaje, me entretengo canturreando cancioncillas que me van marcando el ritmo a la vez que voy controlando la altitud y la distancia en las pantallas de los chismarracos que llevo en el manillar.
A 1620 está esta fuente sin nombre de la que tomo nota para posibles próximas ocasiones. Hoy no, gracias, ya llevo. Pero como excusa para parar un momento sí que me sirve.


Parece mentira, pero la mini-parada me da tantas fuerzas que aprieto el paso durante unos cientos de metros, mucho más animado: Subidón en plano subidón. De repente, entre la niebla aparece, una familia de andarines ¿holandeses, belgas? que alucina al verme. ¡He quedado com un rey!. Cuando miro hacia atrás y me aseguro de que ya no me ven, vuelvo a la normalidad de mi cansinez pedaleadora, que la cosa no está para derrochar energías.


El cartel roto me deja con las ganas de saber a dónde conduce el desvío. Ahora, en casa, veo que llevaría al collado de Ándara, hacia el Pico del Sagrado Corazón y, según aprecio en los mapas, existiría la posibilidad de enlazar con la bajada que me había hecho la boca agua en la subida desde Bejes (pista de la Riega Panizales). Nota mental: Pensar una mega-ruta teniendo en cuenta esta opción.

Por el cuentakilómetros y el altímetro del gepeese intuyo que ya me debe de quedar poco para llegar al refugio. Cuando parece que la niebla se va a disipar, vuelve a cerrarse, y así todo el tiempo. Sigo sin saber, en caso de despeñarme por la derecha, si me iba a matar un poco o me iba a matar mucho o me iba a matar del todo.


¡Ufff.! Parece, por las señales, que por aquí las condiciones invernales han sido más bien durillas, ¿no?


Bueno, parece que la cosa no va mal y que no me he perdido. Media hora... no creo.


La niebla vuelve a abrir un poco, falsas esperanzas, para dejarme ver las altas torres que flanquean por la izquierda mi camino. Según el mapa esto debe de ser el Muro del Mancondiu.

 
Una piedra con una pinta tal, que si hubiera tenido fuerzas (o Pablo hubiera venido conmigo) la habría levantado para ver si el coyote estaba debajo.


El camino (foto hacia atrás) ahora está cubierto por estas piedras menudas que dan algo más de "diversión" y carácter a esta parte. La montaña es la montaña.


Y ya, por fin, vislumbro la silueta del casetón. La foto está editada para que se vea mejor. Al natural apenas se intuía. Después de doce kilómetros, el ascenso había sido de mil ciento treinta metros sin apenas descanso, aparte del kilómetro llano llegando al Vao de los Lobos. Bien, me había hanado unos minutos de descanso.


Diez minutos exactos he tardado desde el "cartel" que marcaba la media hora. Y no creo que en bici haya subido mucho más rápido que lo pudiera haber hecho andando. Antes de girar para subir la cuesta que llevaba al refugio, me encuentro con esta bocamina.


Sobre la minería en esta zona se puede leer un interesante artículo en eldiario.es edición de Cantabria: "El invierno esmerilado: cuando hubo minas en los Picos de Europa" y un breve comentario además de didáctico y bien documentado en el Archivo Histórico Minero. Ya digo que más adelante comentaré algo más.

Cuidando el refugio hay un chico que me da un rato de conversación y además, un poco de alcohol y gasas para limpiar la herida del perro que ahora mismo se estará retorciendo entre horrendos estertores. Para aligerar la mochila, bebo un generoso trago de agua aún fresca de la fuente del Vao de los Lobos, un rico plátano y unos dátiles y pasas. Una barrita al bolsillo del pantalón para ir mordisqueando cuando la bajada me lo permita.



El descenso es suave y rápido, por buena pista, con algunas piedras de vez en cuando. La niebla se ha disipado algo, no mucho. Me cruzo con un par de grupos de andarines, son familias y todos parecen holandeses, belgas, alemanes... Guten tag!

Hasta el collado en el que está el Jito de Escarandi, en la carretera de Sotres a Tresviso, son los tres kilómetros y medio menos interesantes de la etapa. No sé cómo serán sin niebla, pero en las condiciones en las que yo lo hice, al menos fueron unos kilómetros "gratis". El camino cambia aquí y, como no veo lo que hay delante, tengo que parar para consultar en el gepeese qué dirección tomar.


Unos metros más adelante me encuentro de sopetón con el aparcamiento del Jito de Escarandi. Hay algunos coches que llegan por la carretera de Sotres a Tresviso. Bajo con la bici para ver de cerca la Majada del Hoyo del Tejo, jugoso lugar.



Me entero, por un cartel que hay en el aparcamiento, de unos de los impactos más drámaticos de la minería en Picos de Europa. Se trata de la desaparición del que fue el lago más grande de Cantabria, el Lago de Ándara, que literalmente se fue por el desagüe debido a la actividad minera a principios del siglo XX.


El lago tenía  una superficie aproximada de 2 hectáreas y unos 10 metros de profundidad máxima. He leído que ha habido intentos de recuperar el lago, pero parece que al final los proyectos nunca han llegado a realizarse. Una verdadera pena. Os pongo un par de imágenes: lo que era antes de 1911 y lo que hoy queda de él.

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Imagen de http://www.archivohistoricominero.org
Desde aquí inicio un sencillo (pero entretenido y bonito) descenso internándome en una zona de alto valor ecológico: el hayedo de La Corta, y más adelante en el monte de Valdediezma.


Justo donde el camino cruza con el arroyo de Valdediezma (que nace, por lo que veo, en el refugio de Ándara) me encuentro con uno de los parajes más bonitos, y ya es decir, de la ruta.



Lapiaces, ¿no?; creo que esto lo estudié en los setenta, ¡bendito sea Dios! Si los libros no mentían y mi memoria no está demasiado mal, podría haber por los alrededores torcas o dolinas, jeje.


Intento no ir demasiado deprisa para disfrutar del regalo que es este paisaje, nadie-nadie por los alrededores. Aquí ya hay cobertura y aprovecho para pasar a Malú el informe de la mañana. Se da cuenta perfectamente de lo que estoy disfrutando. "Ten cuidado".


Hago caso y voy con ojo por si me encuentro con el Ojáncano, que por aquí debe de tener su guarida karstica, seguro:

Ojalá te quedes ciegu,
ojáncanu malnacíu,
pa arrancarte el pelu blancu
y te mueras maldecíu.

 

Toda esta zona salvaje (se ve en cuanto echas un vistazo a los márgenes) está en parte domesticada por esta red de caminos empedrados y armados con muretes ("calzáus o muriáus"), construidos para facilitar el transporte del mineral y, en el caso de estos hayedos, para transportar la madera que alimentaba los Hornos del Dobrillo, los que estaban en la subida desde Bejes.


Puedo imaginarme (o quizás no) el espectáculo de colores que puede ser este bosque de la Sierra de la Corta en pleno otoño.



Me voy acercando al cierre del bucle cuando paso por los invernales de La Llama.

Pertinaz la niebla.
Aunque daban lluvia, no me ha caído ni una gota. Sien embargo, aquí parece sí que ha llovido. Hay humedad y chasrcos en esta parte final del Monte de la Llama.



En nada de tiempo vuelvo a encontrarme en el Vao de los Lobos, con algo más de visibilidad que unas horas antes. La bajada, aunque por terreno conocido, no deja de ser diferente por eso de que por lo menos ahora veo algo más de paisaje.

En el montaje se aprecia la bifurcación que cierra el bucle de la ruta
¡No te digo! Ahora sí que veo los bujeros en la caliza.


En la zona más rápida pero menos divertida, me encontré con un par de tractores no  mucho más estrechos que el ancho de la pista, no creáis. El primero me apareció detrás de una curva y la Tracer se llevó un pequeño susto. Con el segundo ya iba yo prevenido. Al menos uno de ellos se verá en el video (comin' soon).


Vuelvo a recorrer, en sentido inverso, los lugares de hace unas horas: primero, Los Hornos del Dobrillo (ni rastro del pobre perro, me remuerde(!) la conciencia), inmediatamente los Invernales de la Hoja... A medias de la bajada me detengo un momemto para dos cosas: hacer unas fotos y dar un pequeño respiro a los frenos, pobres. Vuelvo a ver allí abajo el puedlo de Bejes. Ya voy teniendo un poco de hambre y, sobre todo, sed.



Saludo a un par de sorprendidos andarines que, asomados a una de las curvas-mirador, no sospechaban de la presencia de un sherpa en las inmediaciones.

¡¿He subido por aquí?!

Ya, en Bejes; el coche lo he dejado en el otro extremo del pueblo, bastante más abajo. Ha sido una etapa más cómoda de lo que me esperaba, lo justo para ir en solitario y, además, con la niebla que nunca ha llegado a levantar. Cómoda, pero con sus cuestas. La bici no ha sufrido y yo lo he hecho en su justa medida. La verdad es que no me noto cansado en absoluto; el ritmo ha sido tranqui, el ritmo de un sherpa mayor.


Abajo, al lado del coche, pregunto sin demasiada fe a un amable lugareño si no habría por ventura un bar en aquel lugar. Me dice que "sí, hombre, ahí enfrente, el bar El Teju". "Anda, El Tejo, ahí mismo está: he pasado por delante y no lo he visto". "No, no: Teju, con 'U'". "Sí, sí, Teju, gracias...".

Una de las cervezas que mejor me han sabido en mi vida. Un par de chismes y un queso Picón (estamos en el lugar apropiado) potente andelohaiga. Y barato, oiga.


Ya termino: el días siguiente, el tercero a medias en tierras cántabras y asturianas, tenía que pasar aunque fuera un momento para ver cómo era eso de la subida a Casielles. La idea era salir del hotel prontito vestido de romano, dejar el coche en la venta de La Huera, en el desfiladero de los Beyos, subir, bajar, comer y tirar para casa.Algo rapidito si el tiempo (vuelta a las previsiones de lluvia) me lo permitía.



Y, aunque fuera con niebla, me lo permitió. Subidita tranquila, sin forzar, que como no me ha querido acompañar Joaquín Rueda no me puede pasar percance alguno. Nadie me defiende de las vacas, nadie me defiende de los perros...


Bueno, se puede subir igual en bici de carretera o en moto, bonita subida, pero sin más. Desde arriba, aunque no me lo estudié, parece que no se puede hacer demasiado (si estoy equivocado, que alguien me saque de mi error para aprovechar la próxima vez). Aquí os dejo una de las veintitantas curvas.


Y alguno de los (¡nublados!) paisajes. Sin sol que machaque y con estas vistas, poco mérito tiene la subida a velociodad sherpa


Arribota del todo, muchas vacas, una ermita, pocas construcciones, un albergue -o similar- abandonado y cero personas en los alrededores.

Esta es la última cuesta. Bueno: el final de la ÚNICA cuesta.

Placa de homenaje al "güelu" de Ponga
Con los deberes hechos, tranquila la conciencia, veo en la bajada desvío por el que, ya que estamos, me pongo a investigar. Tiro solo 100 metros y vemos qué hay... Bueno, otro poco. Y otro poco más... que es muy chulo.


Al final me hice más por aquí que en la subida de las revueltas, jeje. Siguiendo el río Viboli pasé un ratín muy agradable. Me quedé, ahora lo veo, a escasos 200 metros de llegar al pueblo de Viboli, pero es que ya se me hacía la hora de comer. Y tenía que volver a Segovia. Para otra vez tengo que ver si la ruta se puede continuar, porque me gustó el paseo por esta zona beyusca, sí señor. (¿Alguien sabe si se puede seguir por aquí?)


Abajo, en la venta donde me estaban vigilando el coche con la maleta, terracita y una cerveza contemplando el paisaje, mientras me apretaba unas reconstituyentes fabes y unos escalopines que me dejaron a punto para la vuelta a casa.


En resumen: tres relajantes días que se pueden resumir con palabras clave como: Panes, San Juan Bautista de Moarves de Ojeda, Los Beyos, San Salvador de Cantamuda, zamburiñas, leer, cerveza, Santa María la Real de Piasca, quesito Picón, La Hermida, fabes, leer otro poco, más cerveza, playa de Borizu, escalopines, San Vicente de la Barquera... Como siempre, estas tierras no defraudan.

Solo me faltó Malú.



2 comentarios:

  1. ...ademas,de Mar y Quitos, no se te olvide.
    Como siempre una magnífica crónica, corta esta vez, después de muchos meses sin escribir
    Muchss gracias, Juan, y a la proxima que ya seré profesor (de algo, supongo), te a acompaño.
    Ahora a dormir, q el sherpa-sherpa, me ha liado la madrugada. ¿pensará ver perseidas en Rivas ?

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  2. A ver si es verdad lo de la compañía. Por otro lado, esperemos que el sherpa-Sherpa 1) esté ya acostado y 2) no lea este comentario tuyo sobre Rivas y tal ;)

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