martes, 22 de noviembre de 2016

La Orange Cow


Desde que cambiaron la hora, esto de salir en bici se ha puesto difícil. Para mí, lo de las luces, las linternas, es solo una opción cuando se utilizan de vuelta de una etapa, como recurso. Una nocturna "de las nuestras" ya es un peligro para un servidor. Me siento muy torpe e inseguro, creo que me debería cambiar el nombre de guerra por el de sherpa-Rompetechos.

Estas últimas semanas he estado investigando por territorios sorprendentemente cercanos a casa. En alguna de las etapas de "reconocimiento" no me he separado de casa más allá de un radio de un par de kilómetros y os puedo asegurar que me lo he pasado pipa.  Además, de tanto que se concentra uno en la conducción, el tiempo parece estirarse. No pensaba que una salida de hora y media pudiera cundir tanto.


El primer día dediqué una hora y media, entre las 5 y las 6'30 (el sol ya oculto) a recorrer arriba y abajo todos los caminos que salen de Las Lastras y que se toman ¡a cinco minutos de casa!


La zona alta que une, digamos, desde la Estación de Tren hasta el Hospital General, es un entramado de caminos sin mayor interés que el de conectar los senderos (mucho más divertidos) que se encuentran en el límite sur de este "territorio", justo el Valle de Tejadilla.


El segundo día me dediqué a buscar los senderos más sureños, que son los que van en ocasiones casi colgados sobre el mismísimo valle.

Justo en el comienzo de la ruta, nada más abandonar el asfalto de la ciudad, encontré, además, una subida enrevesada, revirada, secreta y suficientemente inclinada, que sirve de muy digno prólogo. Con la lengua fuera, no has pedaleado ni cien metros cuando ya te encuentras colgado, tú y la bici, sobre el Tejerín. Un centenar de metros más y ya estamos en Utah, o casi.

¡Dos Joseluises!
En alguna ocasión me ha acompañado el ranger Huertas, cosa de agradecer, pues no es bueno ir solo por estos pagos. Si bien en las zonas menos salvajes siempre te encuentras algún que otro jubilado deportista o a algún perro que ha sacado a pasear a su dueño, más adelante no me he encontrado en estas tres o cuatro semanas a nadie. Cero.



Una de las salidas las hice por el fondo del valle (sorry, sin fotos), ruta que no recorría desde hace mucho tiempo, y es lo más desolado, eremítico y sanfrutesco que uno se pueda imaginar. El solitario paraje a veces asusta, más cuando te envuelven silenciosas paredes calizas (algunas a punto de desprenderse) y la oscuridad amenaza con envolverlo todo.


Mientras lo recorría, pensaba que se podría habilitar una preciosa zona de paseo, muy cercana a la ciudad, que enlazaría directamente con la Vía Verde del Valle del Eresma y, además, con muy poca intervención. Parecido a lo que se hizo con el Valle del Clamores.


Si se elije bien el recorrido, por lo más puñetero quiero decir, no se para ni un momento de subir, bajar, sortear obstáculos, pasar escalones, esquivar trampas y mantener el equilibrio. A veces por pasos en los que el más mínimo resbalón te convertiría en noticia en la prensa local.



Es por eso que el recorrido al que me refiero sería muy poco recomendable en estos días en los que la lluvia convierte a estas rocas en lo más parecido a traidoras placas de hielo. Tampoco el barro aquí es agradable. Imaginaros en lo que se pueden convertir zonas como la de la foto...


A veces, por la orientación de la senda, el sol poniente molesta. Una de las tardes, cuando recorrí el Valle del Tejadilla por abajo, volví en sentido contrario, pero el sol ya se había puesto y tuve que rodar por los caminos de arriba. En épocas de más luz probaré. Tiene que ser una buena opción para una salida corta en cualquier mañana de verano, temprano, antes de que el sol apriete.


Ahí, al final, no puedo dejar de desenganchar la cala del pedal izquierdo; el sherpa-gallina se impone al sherpa atrevido y resuelto. Y mejor, porque al final, no se ve, hay un escaloncete con una muesca en la que encaja perfectamente la anchura de la rueda delantera y las imágenes que se me pasan por la cabeza no son precisamente tranquilizadoras, del estilo de Homer rebotando con la cabezota, clac, cloc, cataclac, por el precipicio y cosas así y peores.


También tenemos senderos bonitos y divertidos aunque sean aparentemente sencillos: son estrechos, rápidos, y no se están quietos ni un solo momento. Efectivamente, el sendero se mueve y tú y tu bici tenéis que manteneros atentos para que ese quiebro que hace de repente no te sorprenda, que estas piedras duelen mucho. Y ten por seguro que si te caes, lo vas a hacer hacia el lado del valle, no falla (Murphy attacks!)


Pinchad, que la foto se ve mejor en grande y es gratis.



Los vallecillos perpendiculares son otra de los encantos de esta ruta, ya que a sus bajadas siempre le siguen subidas en las que no puedes dejar de pedalear: montar de nuevo en plena cuesta cuando has echado pie a tierra es un reto muchas veces imposible.


Bonita vista del sendero que vamos dejando atrás. Utah segoviana. Si no Red Bull, sí Orange Cow. Y si a alguien le parece poco... ¡que pruebe a bajar al valle en perpendicular!


Esas rocas de más adelante serían una buena bajada para los bichos esos de los vídeos que no tienen familia.


Por mi parte, esto ya es bastante para mí; lo justo para divertirme un rato sin jugarme (o, al menos, no demasiado temerariamente) el tipo.


Repito: El que quiera renombrar el circuito de Orange Cow a Red Bull no deja de tener opciones a lo largo del recorrido. Una puede ser el cortado de allí adelante...


...o la de la foto de abajo, a la que me da miedo asomarme... Sólo tenéis que imaginaros, además, estas rocas un poco húmedas para haceros una idea del peligro, que con poner el pie ya estás abajo. En Segovia decimos que "egtag rocag eslizan mucho, majo".


Si hemos llegado hasta aquí enteros y no nos hemos "eslizado" ("resbalizado", se puede decir también), el camino de personas normales sigue hacia abajo, con dos opciones separadas unos veinte metros. Las dos son de "culo-pa'trás". La de la izquierda, más rota y desaconsejable con el terreno seco.


Aunque desde abajo, una vez hecha, no parezca tan difícil. Pero hay que tener en cuenta que no se ve "lo malo", que es desde justo la esquina superior izquierda.


La otra bajada es más "noble", pero (os lo puede decir Huertas), si no bajas el sillín o echas el culo pa'trás y flexionas bien piernas y brazos, te vas a ver en dificultades.


Una vez abajo, el sendero gira y se encajona en una "v" que hace que, si no te quieres quedar encajado, tengas que girar inmediatamente, con sherpil habilidad, para enfilar este precioso tramo que nos llevará abajo hacia el valle.


En pie sobre la bici y con rodillas flexionadas, vas con la sonrisa dibujada (cara-tonto) mientras ves cómo las suspensiones hacen su trabajo en esta parte del recorrido; pero cuidado, de nuevo, si las rocas están húmedas: es lo más parecido a rodar por hielo, os lo aseguro. Y una caída aquí (codo, cadera, incisivos incluso), duele.


El primer día paré para hacer las fotos; todos los demás ya me dediqué a disfrutar. Que lo bueno que tiene esto y a diferencia de otro tipo de terrenos que piden velocidad es que, vayas a la velocidad que vayas, te lo pasas bien si no paras. E ir despacio requiere de más atención incluso que ir moderadamente deprisa, ya que las ruedas pueden quedarse encajadas en los mil huecos que parecen hechos ex profeso para que las ruedas entren y se queden en ellos.


Cuando las rocas se acaban, aparece un senderete que nos deposita en el mismísimo Valle del Tejadilla, justo en esta zona en la que se practica(-¿ba?) la escalada.


Justo en el mismo momento en que comienzas a pensar que el sendero va a ser un bonito "flow", va y se termina, jo. Superado un escaloncete sencillo llegamos al puente de Perogordo, cruce en el que podríamos elegir entre unas cuantas opciones, entre las que está la de enlazar con la Vía Verde del Eresma, (solo para cuando estemos muy desesperados, o recuperándonos de una lesión) pestosa ruta ande las haiga.



En estos días tan cortos, tomamos hacia la derecha por la cuesta que nos lleva a la Residencia Asistida, donde podemos enlazar con la panorámica tradicional de los sherpas, esta opción ya chola muchisísimo más. En el circuito de moto cross giramos hacia el Pinarillo para descender hasta la Fuencisla por unas cuantas trialerillas que no son difíciles de encontrar. Como por aquí ya se va haciendo de noche, con los focos y pedaleando con cuidado (suele haber, de nuevo, muchos paseantes), rematamos la vuelta por la rebucólica y romántica Alameda del Parral. ¡Mmmmm..., qué gusto!


Ya, en otra época del año, puede ser una estupenda ruta enlazándola con la panorámica, como ya he dicho. Algo más de treinta kilómetros alrededor de Segovia por paisajes no muy conocidos y, sin embargo, espectaculares. Decenas de miradores enlazados por sendas, sendereuelos y senderetes que no dejan de subir y de bajar, diversión asegurada. ¡Y siempre pegados a Segovia! Alguna vez tengo que echar la cámara buena y el trípode. La luz del atardecer segoviano... ¡pero qué os voy a contar!

En fin, éstas son las enmarañadas sendas que he recorrido estos días; cada día, un color. Y la buena-buena y enlazada con la Panorámica-extra (trialeras circunsegovianas, una detrás de otra, 30 km), por ahora, me la quedo para mí. La tengo grabada como Panorámica Orange-Cow.GPX.



4 comentarios:

  1. Ciertamente nos cegamos con la sierra...y existen alternativas muy guapas!
    Prueba por San Lorenzo,fuente Caño del Obispo (de subida), el Parral...Zamarranala...
    Hay vistas preciosas y rompepiernas total!!

    ResponderEliminar
  2. Desde el lado serrano-madrileño, y sin atisbos de hacer nada mejor, alguna vez me he acercado a primera hora a recorrer esos senderos, una excusa como otra cualquiera para recompensarse luego con un desayuno en la Plaza, jejeje

    ResponderEliminar

Hala, escribe sin pasar por moderación de comentarios (siempre que la entrada sea reciente). Ya no tienes excusas:

Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.