lunes, 3 de agosto de 2015

La fama restituida

Ya podemos dormir tranquilos. En el fin de semana menos ciclista del año (sólo Chomin cumplía con la vieja clásica de la romería de Malagosto), el sherpa-Sherpa nos ha resarcido del fracaso arrocil del que tuvísteis cumplida noticia en la crónica anterior.

Cuando servidor se personó en el esenario de los hechos, si bien estaban todos los ingredientes necesarios para un arroz tremendo, hay que decir que no había por los alrededores ni el Tato. Lo que pasaba era que dado el viento que hacía, sherpa-Sherpa se había puesto a elaborar el caldo bajo techo por lo de no tener que pelearse con las llamas. Bien hecho.


Al punto aparecieron los pinches, cuyas labores principales eran, en el día de hoy, tener a raya cualquier tipo de bacteria que se quisiera hacer presente en el evento (ver entrada anterior) y, sobre todo, no dejar que bajo ningún concepto se le ocurriera al chef-sherpa intentar enfriar el caldo bajo el chorrete de la fuente. No, eso nunca.


Llegó por fin el caldo, litros de sabrosa reconcentración, alma del arroz. Su conejito, su pollo y sus costillitas, que no falten las alcachofas y toda suerte de ingredientes secretos que llevaban conjugándose ya un rato en un chop-chop fragante y prometedor. Lo cual no quiere decir nada, porque el sábado pasado habíamos llegado al mismo punto, y luego mira tú lo que pasó...


Ya vertiendo el material en una paella de 20. Cuidadín.


Ya todo estaba donde queríamos que estuviera,  salvo el viento: ¡justo como cuando vamos en bici! El fuego peligraba y el arroz apenas cogía la temperatura adecuada.


Mientras se añade el azafrán y la pimienta especial del Sherpa (Muni, ya sabes que, como mi vaca lechera, no es una pimienta cualquiera, ya te lo dijo Apa el otro día), se prepara una estructura ad hoc que iba a permitir al fuego expresarse con la potencia necesaria.


Os presento la estructura, aquí unos amigos. Algo tuvieron que ver en el invento los títulos de ingeniero de caminos de Ithos y de aparejador del Apa (como su propio nombre indica), así como mis años en Bellas Artes, pues algo de Chillida no me podréis negar que tiene la estructura en cuestión.


Con el fuego a plena potencia, la cosa ya parecía encarrilada. Y aunque el olor no sale en la foto, os podéis hacer una idea aproximada. La paella era en esos momentos una suerte de suculento magma orgánico que se agitaba en olorosos remolinos, corrientes de convección y subducción que mezclaban sabores y enriquecían matices y tal y cual, que ya he agotado las gilipolleces que decir.


Venga, a probar, no sea que a pesar de la pinta sepa raro. Afortunadamente, no esperábamos otra cosa; no hay rastro de bacterias maléficas ni signos de malsana fermentación. Parece que hoy hambre no vamos a pasar.


Impaciencia, nervios, jambre tremenda y reconcentrá... expectación. Venga, Ire, ve rematando la mesa.


En la mesa se darían cita diferentes estamentos de la sociedad. Aunque nos faltaba la representación militar, sí estaba presente la Iglesia en la persona de la tía monja, aunque sabemos que prefiere el chocolate con churros al arroz.


¿Os habéis fijado en la alcachofitas?


Empiezan a caer las primeras botellas de sidra fresquita. Tensa espera mientras discutimos si el arroz debe estar tapado cinco o diez minutos. Estuvo diez, pero a mí me parece que cinco ya es suficiente. Sobre todo (así, separado), porque en diez minutos los jugos gástricos pueden llegar a perforar cualquier estómago impaciente. Se han dado casos.


Y aquí está el As de Oros. Incluso, ya que me siento inspirado, diré aún más: sol en el cielo de la mesa, ¡cágate!


Mi ración. Mi (primera) ración, que luego hubo un poco más. Y aún otro poco de postre.


El arroz hay que meditarlo, pensarlo, que no se puede ingerir así como cualquier cosa, sin conciencia plena de estar tomándolo. Y para muestra, se fijen Vdes. en las caras de los comensales, casi unos filósofos de la mesa, ensimismados y recogidos en su goce sensorial. Los clásicos lo llamarían gula.


De un arroz para veinte, los quince presentes dejamos poca cosa. Para un acabado perfecto, requerimos la colaboración de Topo y de Dingo, ante el estupor de mi señora suegra ("¡No vuelvo a tomar arroz en esta casa!"). Más pronto que tarde tendremos ocasión de recordarle estas palabras.


Bueeeeno, veeenga... Por si los lametones no hubieran dejado del todo perfectamente limpia la superficie de la paella y demás utensilios, un penúltimo repaso.


Toda jornada tiene su momento desagradable y éste es el de hoy. Lo mismo que se os cuento lo bueno, os muestro lo malo; aunque bien siento yo que os pueda dejar un mal sabor de boca terminar así la crónica.


Postres, helados y cafelito. Y, para Marcos, la inexcusable siesta.


Levantada acta de la restitución del honor culinario del cuñao, a ver si es posible que la próxima puede ser que vaya de bicis, que material hay.

2 comentarios:

  1. Vaya paella sherpa que os habéis metido entre pecho y espalda!!! Qué pinta más buena!!! Felicidades al chef.

    Sobre la foto de la 'hucha', no comment ;-))

    Besos

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    Respuestas
    1. Sobre la foto de la hucha...¡no me pude resistir, tuve que ponerla!

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