"Ya sabía yo que íbamos a llegar tarde"

Bonita etapa.

Bonita... y larga. Desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde, en tiempo sí que hemos hecho un buen entrenamiento para Ronda. También en dureza, pues aunque el desnivel ha resultado algo menor (1.780 m.), prácticamente todo ha sido por caminos muy técnicos, duros y difíciles, y todo ello en la mitad de kilómetros que Ronda. Hemos disfrutado un montón; nuestras piernas... algo menos.

Empezamos tempranito, inconscientes de lo que nos esperaba. La etapa estaba más o menos pensada, pero al final pocos tramos han sido los que teníamos en mente, si no contamos con la mente demente del sherpa-Xomin.

Vadeábamos alegres los alegres arroyuelos. Los pájaros piaban y el equipo parecía un equipo, pues hicimos juntitos la subida a Cotos: nadie atacaba, todos a ritmo en alegre charla. Sólo se echaba de menos algún que otro cántico que amenizara la ascensión. En fin, no todo iba a ser perfecto.

En la foto de arriba se ve cómo todos llegamos en grupo, cosa nunca vista.

Ya en Cotos, el sherpa-Kala adopta la postura de gallinácea ponedora y al grito de "¡Co-co-ri-coooo...!" nos comunica solemnemente que ha quedado, y que se baja para llegar a comer. Su abandono nos sume en la más absoluta desesperación, llantos y gemidos se alzan al cielo, pero después de unos segundos nos reponemos completamente. Es lo que tiene el sherpa: es un animal totalmente olvidadizo.

Bajada por majestuosos paisajes (refugio del Pingarrón), velocidad supersónica que hace que el sherpa-reportero se las vea y se las desee para cumplir su trabajo con un  mínimo de dignidad.

En las bajadas (algo pedregosas y sueltas, es cierto) disfrutamos un montón y medio, aunque algún sherpa-Escabechado pusiera alguna objeción. 

El caso es que no le hicimos ni caso. Pero el caso es que empezaban a atacarle los malignísimos calambres que de vez en cuando le dan. Aquí abajo se ve, en una parada, cómo se echa mano a la pierna. Lo que parece una sonrisa es un rictus.

P'abajo, p'abajo, las cuestas se tornan en una preciosa senda que acompaña al río Lozoya (o, en los tramos anteriores, de la Angostura) hasta llegar a la zona recreativa conocida por Las Presillas. Desde esa senda se veía el murallón que deberíamos superar poco después para retornar a tierras segovianas.

En el Puente del Perdón, una amable señorita nos inmortalizó en el retrato que se recoge aquín. Su novio era muy feo, pero no le dimos una paliza ni nada.

Ya en Rascafría decidimos tomarnos un descanso y comprar viandas. Viandas de las que dimos buena cuenta en un abrir y cerrar de ojos.

Comida... y bebida.

El resultado fue el de siempre: escenas bochornosas por las que pasaremos de puntillas y que obviaremos de la manera más elegante posible.

Buscando por dónde subir al Reventón (nombre apropiado, pardiez), entrevistamos a un lugareño que nos dijo que por ahí no se podía subir en bici, que era imposible: ¡Para qué más! Nos faltó tiempo para darle las gracias, que sí, que sí, que vale, que bueno. Audaces fortuna juvat.

Como éramos los primeros en el mundo que subíamos por ahí en bici, nos pusimos a pedalear animosos e inconscientes. Sí que se veía en el GPS que era demasiado tieso, que otras veces habíamos tomado una ruta más zigzagueante, pero Sh-X dijo que p'arriba... y p'arriba.

La primera parte de la senda se hizo difícil: pendiente no demasiado dura, pero constante, pertinaz, monótona, encerrada entre dos laderas, seca y pedregosa. Al fin, a 1.550 m. salimos a la pista ya conocida de otras veces. Nos quedaba subir hasta los 2.030 o 2.040, pero como era conocido, pedaleábamos, no deprisa, pero sí constantes. 

Este tramo fue para el Sh-Esc un verdadero suplicio, con calambres constantes. Los demás (¿motivado por la falta de oxígeno?) engañábamos el sufrimiento con cánticos y bobadas varias. En la foto de abajo Sh-Ete parece cansado: ¡puro teatro!. Tuvo un final de ascensión pletórico. Casi no echó pie a tierra, sólo en los tramos en los que la nieve le obligó a ello.

De vez en cuando, mirar el paisaje nos distraía y premiaba. Realmente merece la pena.

1.600 m, 1.700 m, pedaleo constante, en fila Sherpa-Ete, sherpa-Rocinante, sherpa-Tris, inmediatamente después sherpa-Xomin y más atrás, cagándose-en-tal, el sherpa-Sherpa.

En un momento pleno de creatividad, di la vuelta a la cámara y me hice un autorretrato (mirada fija en el horizonte) en pleno esfuerzo.

Y he aquí que la temida nieve nos corta el camino. Aprovechamos para esperar a sh-Sh, al que hacía rato que no oíamos gritar, y ya empezaba a preocuparnos. Ya juntitos, superamos un tramo relativamente grande de nieve entre dura y blanda, con un espesor considerable. En la foto se ve que casi cubre el poste indicador del GR, que normalmente alza más de un metro.

Desde aquí, tonto el último, cada uno por su sitio y a su bola. Abajo, la silueta del sh-X, entre algodones.

El ultimísimo tramo lo hicieron Ete y Xomin como verdaderos sherpas, hollando nieve, recordando sus jornadas por el Himalaya. Yo me desvié por la derecha; de ese modo subí algo más, sin nieve, y así logré llegar montado en la burra al mismísimo Reventón, aunque he de reconocer que el que más pedaleó hasta la cima fue el sh-Ete. A veces no sé de dónde saca las fuerzas.

Arriba el paisaje era espectacular, pero el frío viento cortante nos obligó a empezar la bajada en cuanto se reunió con nosotros un alicaido sh-Sh.

Se ve abajo al sh-Pequeñín llegando a pata (castigado sin postre). Al fondo se adivina la soberbia estampa del sh-Sh.

No por amistad, ni por compañerismo, sino porque el sherpa es un animal de natural gregario, los sherpas de la foto acompañan en sus últimos metros de ascensión al sherpa por antonomasia. (Antonomasia: denota que a una persona o cosa le conviene el nombre apelativo con que se la designa, por ser, entre todas las de su clase, la más importante, conocida o característica). Característica, en el caso que nos ocupa.

El descenso, como en otras ocasiones, es casi tan duro como la subida: terreno oculto por la vegetación, piedras traicioneras, regatos y todo salpicado por pequeños neveros.

En estos tramos son los brazos y la espalda los que sufren tanto (a pesar de la suspensión) como las piernas y los riñones en las subidas.

Es por eso que al llegar a la Fuente del Infante paramos un rato a disfrutar del lugar y de su reparadora y helada agua, que ya hacía rato había desaparecido de nuestras mochilas.

Es en estos momentos de solaz cuando sh-Xomin reconoce en conversación telefónica con su señora madre que "ya te había dicho que íbamos a llegar tarde".

Risas entre el público asistente: eran las 4'30 de la tarde. Habíamos salido de La Granja a las 9'45. Al final, unas 7 horas de dura -y preciosa- etapa.

En fin, esto es to, esto es to, esto es todo amigos. Espero que os haya gustado.

¡¡¡E.F.D.M.E.C.; S.V.A.C.!!!