martes, 3 de julio de 2012

De chozo a chozo

Habrán notado los perspicaces lectores que llevo dos domingos sin colgar ninguna crónica. Y es que el domingo pasado de la etapa había poco que contar: Nos levantamos tarde e hicimos un chozo clásico, con Chorranca y tal, cervecita en La Granja... Por otro lado, este último domingo lo utilicé para reponerme de los pasados calores y de la (clásica) incursión gastronómica a San Sebastián. Y es que, levantarse más tarde de las 10 un domingo, es uno de los placeres normalmente vedados al sherpa y por eso, cuando se presenta la oportunidad, se disfruta y paladea con un deleite especial. ¡Quién sabe cuándo será la próxima vez!

Sin demasiadas ganas ni demasiado buen cuerpo me levanté el lunes, y tuve que hacer verdaderos esfuerzos para autoconvencerme de que sería bueno dar unos pocos pedales. Veeeenga... solo unos pocos.

Unos poquitos, despacito y cuesta arriba, tuve que dar hasta llegar a la fuente del Chotete. La verdad es que me vinieron muy bien para engrasar la maquinaria. Al llegar aquí ya me había animado un poco y tenía ganas de seguir. Ayudaba bastante que el día estaba despejado y corría una agradable brisa que refrescaba mi cuerpecillo sherpa.



En la brevísima parada rellené de agua fresquita la camelbak e hice, de paso y ya que estaba, una foto del cartel con el verdadero nombre de la fuente, no el que equivocadamente aparece en algún mapa, que revelan el subconsciente del sicalíptico topógrafo que lo hizo. ¡No sé cómo confunden dos conceptos tan diferentes!



Julio y con este chorrillo tan majo. Da gusto; aunque podían haber puesto el caño un poco más alto, más que nada para no tener que doblar tanto los riñones. Hace diez años no pensaba en estos inconvenientes, pero ahora...


Quince resoplidos más arriba llegué a Dos Cabañas, y decidí cruzar el río (se trata del Carneros, según veo en el mapa. Por suerte su autor sabe bien lo que es un carnero y no lo confunde con cualquierotracosa) para remontar la linda cuestecilla que me conduciría, o al menos eso esperaba yo, al Salto del Corzo.


Pasado un tiempo, y después de haber dudado en una bifurcación, me dí cuenta de que al Salto del Corzo lo habia dejado atrás... ¡y abajo! Ante la duda, siempre pasa por mi cabeza aquello de "no perder cota". Nunca sé si lo elegido es lo mejor. En este caso, he de reconocer que llegué bastante más arriba de donde tenía pensado desembocar, a costa de tener que patear en algún tramo. En una de las pateadas aproveché para hacer una foto a un cuestón-del-carajo... ¡¡pero me salió esto!! Alguno me creerá cuando digo que el terreno suelto e inclinado hacía de la cuestecita de marras un reto del siete, sobre todo, porque desde el Carneros todo había sido un cuestón sin descanso. Eso sí: seguro que la próxima ver vuelvo a elegir la misma opción.


Al finas salí en la pista que lleva al Raso del Pino (pluviómetros) casi arriba del todo. Tenía decidido acercarme hasta el Chozo, porque no recordaba haberlo hecho nunca en solitario, y me apetecía. Estaba justo frente al desvío que acorta el camino hasta el Chozo, pero decidí -de acuerdo conmigo mismo- subir hasta el raso para luego tomar el sendero de la derecha.

En el camino, este grueso ejemplar de pino carcomido(?) se me apareció como una imagen con un fuerte simbolismo (como el olmo viejo, hendido por el rayo, etc.) que me hizo filosofar para mis adentros durante un rato...


...lo justo para no darme cuenta del esfuerzo necesario para llegar hasta aquí. Que en un camino tan largo, hay que distraerse con lo que sea.


Por cierto, que el que venda latas de verdel en Valsaín o La Granja se está haciendo de oro, que todos los topónimos de esta zona de la sierra están rotulándose últimamente sobre estas utilísimas chapas. Seguro que el fabricante nunca se habría imaginado este fin para su producto, y que pensaba, ignorante de esta utilidad, que estaba fabricando un prosaico continente para un pescado en conserva. ¡Y qué va...! Mira, mira...


Como iba solo, nadie me metió prisa, y pude disfrutar de hacer fotos a todo lo que había en el camino. Primero, a nuestro amigo el pino-elefante, único ejemplar de una especie tan chocante e improbable, que me hace pensar en extrañas cochinadas, como aquella que sugiere el chiste del oso-hormiguero (ya sabéis: ¡¿un oso con una hormigaaaaa?!... ¡¡¡Anda yaaa!!!)


Y os dejo con una colección de imágenes (hice más) de tramos del sendero que lleva a la pradera del Chozo Aránguez. Disfrutad como si estuviérais allí, que para eso las hice.


¿Reconocéis este paso? Alguna vez hemos clavado la rueda delantera, sobre todo en invierno, cuando el terreno está más blando y traicionero.





Sin nadie por delante, este tramo lo hice sin echar pie a tierra, que siempre te despistas en algún punto y se queda alguna de las ruedas entre los huecos de las piedras. ¡A que sí!

Pincha, anda...
Y, por fin, y sin apenas darme cuenta, se presenta ante mis ojillos el mismísimo chozo.


Y la jugosa pradera, todavía verde. Ya llegará agosto.




Unas cuantas fotos más, para que os refresquéis un poco.



Un día tenemos que subir unos pocos y recoger esas piedras, para poder bajar desde Peñalara totieso, ¿vale?





La Mujer Muerta.


Matabueyes, tan pequeñín él.


El toro, más calmado que el pasado finde, ¡que estaba de un juguetón con las vacas...!


(Esta foto es a la que me refiero, y está tomada la semana pasada)

Naturaleza salvaje. Fijarse en la cara de la vaca, la duele la cabeza

Dentro del chozo, todo correcto y en perfecto orden de revista.


Fuera, también.

Nivelón: El bólido aparcado a la puerta del chalé

El diablo, cuando no tiene qué hacer... me inculca malas ideas. Pero la culpa la tengo yo, sherpas, que no las cuestiono y se las acepto en cuanto aperecen dentro de mi duro coco. Y la idea en cuestión era llegar al chozo del Tío Levita. Ya lo habíamos hecho alguna otra vez (también en sentido contrario) y había quedado claro que no había camino.


Pero el reto era -¡y para mí era mucho reto!-, intentar llegar hasta el susodicho chozo con la condición de no consultar el gepese. ¡Toma ya! Aventura total. El que me conozca, y conozca mi sentido de la orientación, lo entenderá. Mi atrevimiento podría terminar perfectamente en la Gran Vía madrileña sin ningún problema. Por lo menos tenía claro que debía adentrarme en el bosque apuntando hacia el suroeste; o sea, p'allá.


Animoso e inconsciente, me puse manos a la obra.

O pies a los pedales.

O ni siquiera, porque al principio el senderito no era ciclable en absoluto. O pedruscos como melones con huecos traidores entre ellos, o vegetación rastrera que no dejaba ver lo que había por debajo y se enganchaba a pedales y a cambios como el velcro, cuando no eran las dos cosas a la vez.


Fijaos, esto es tupidez, jeje.

Hay un senderillo, aunque no lo parezca
Unos metros antes de entrar en el bosque, el sendero se abre y es perfectamente ciclable (para un sherpa o similar, digo). Y si estoy a punto de caerme varias veces, es por culpa mía, ya que no hago más que mirar a mi alrededor disfrutando del precioso lugar, de sus colores, de sus sonidos, de sus olores. Un espectáculo; de los pocos que quedan gratis (no sabemos si por mucho tiempo).



Desde el nacimiento del Peñalara apunto (lo sé ahora que consulto el track grabado en el gepese) hacia los primeros metros de vida del arroyo de los Regajos Fríos. Justo al adentrarme en el bosque el terreno se convierte en una hiper-tolla de la que es imposible salir si no es volviendo sobre mis pasos. Intento atravesarla sin perder la orientación, un poquitín para abajo, un poqitín hacia la izquierda.


Después de unos cientos de metros, parece que el terreno cambia. Cuando decidí continuar con el pedaleo confiando en la firmeza del terreno fue cuando, inopinately y a traición, se me hundió la rueda delantera hasta el mismísimo buje. Instintivamente, saqué la pierna derecha para apoyarme en ella desapareciendo (la pierna) al instante, engullida por una masa entre vegetal y gelatinosa. Me encontré midiendo de repente 1'30 m, hundido justo hasta por encima de la rodilla, qué raro se ve el mundo a esa altura, sherpas.


Cuando intenté salír... ¡no podía! Os lo prometo: era imposible. Pensé entonces en el episodio en el que Homer cae en las arenas movedizas:

- Lisa: ¡Papá, que te hundes!
- Homer: Tranquila, es muy sencillo; debo meter las manos para sacar las piernas, y luego saco los brazos con... (hundiéndose más) ...la boca. (Se hunde del todo)

Descartada, pues, la técnica Simpson, ví que, por suerte, las ramas de un pino se mecían justo por encima de mi cabeza. Me agarré a ellas y con un asqueroso sonido de succión al sacar la pierna, salí a terreno más firme, tiré de la fiel Spe y me hice esta foto-testimonio.


Y estas otras.



Después de adecentarme un poco, continué con todo el cuidado del mundo y todavía por terreno húmedo y movedizo, hasta un claro que ya me sonaba: ¡Había llegado yo solito hasta el chozo del Tío Levita! Cagarsus, sherpas... casi me había engullido la tierra, pero ¡no me había perdido!


Sin embargo ese no iba a ser el último contratiempo, pues al salir del chozo buscando la pista, una rama que no había visto me rozó la cara al esquivarla en el ultimísimo momento. Sin embargo, la traidora me enganchó la camel, con lo que giré bruscamente sobre la bici hacia mi derecha. No me llegué a caer porque -aparte de ser sherpa- la rama se rompió en el último momento, haciendo que girara de nuevo, pero en sentido contrario. Una vez recuperado el equilibrio y después de respondido con un saludo al espontáneo aplauso de unas cuantas vacas que había por el lugar, hice una foto de la rama rota. Hela aquín:

Aquí, la rama, aquí, unos amigos.
Después de tantas emociones, hice una brevísima visita a la fuente de la Majada Hambrienta (ant. fuente del Tío Levita). Como me quedabá aún agua de la fuente del Chotete (véase el principio de este largo episodio), no recargué líquido, solo hice la obligada foto.


En la bajada -buscando las sendas, más que las pistas- un par de piedras de las malas saltaron a mi queridísima espinilla izquierda, que quedó adornada con un par de huevos de los importantes y dolorosos, de manera que el solo roce del viento ya me sensibilizaba la zona que estaba escocida hasta el extremo de la escocedura. Solo iba pensando en que ninguna otra piedra saltara sobre mi sensibilizada piernecilla.

Después de salir al asfalto de la pista de la Cueva del Monje, no había hecho ni 200 metros, vi que estaba justo en el inicio de la vereda de las Vueltas, la que sale algo por encima del puente de las Quebradas. La tomé, disfrutando como un enano, excepto cuando la más mínima brizna de vegetación rozaba mi dolorida extremidad. Pero me agunté las lágrimas, que soy sherpa. Bueno, creo que todavía soy sherpa, aunque hoy no me haya perdido en un tramo de un kilómetro y pico.

Al llegar al final de la vereda, en el puente por debajo de la fuente del Ratón, busqué la cacera: ¡El mejor final posible para la etapilla de hoy!


Preciooooooso recorrido, con sus sube y bajas, sus giros bruscos, y pasos comprometidos con raíces estratégicamente colocadas, acompañado siempre por el agradable murmullo del agua de la cacera del Puerco. Yo la llamo "cacera del Puerco", pero ¿alguien sabe su verdadero nombre? Yo, la verdad, no lo encuentro en los mapas. Os agradecería que me lo dijeseis.


Al llegar a casa, feliz como una perdiz, no me vio nadie lo rebozadito que iba, gracias a Dios. Pero no pude resistirme, y tuve que hacer esta foto cuando me quité las zapatillas.


Hoy, un día después, las zapas ya se han secado y están cepilladas y presentables, dispuestas para una nueva aventurilla.

Yo, también.

2 comentarios:

  1. ¡¡¡Que verda está la majada del Aranguez!!!
    Di que SI. Hay que salir aunque sea sólo.

    ¡¡Leches!! ¡¡Qué no había senderito!! jajajjaja
    Por favor!!! cómo llegaste a casa!!!
    Me pasa ésto a mi.... y me creo que son tierras movedizas de ésas que te comen y desapareces....
    y tendría pesadillas!!! jajajjaja

    ¡¡Un besazo!!

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  2. Sherpaaaaaaas!!! desaprensivos!! ¿cómo dejáis a este tío que vaya solo por el monte? Casi se nos mata!!, engullido por una megatolla, casi se decapita con una rama y no ha perdido la pierna de milagro....amos!! te paece queee??. Sería para verte cuando llegaste a casa, como un gamberro mozalbete magullao!!
    Aunque hay que reconocerte el mérito de llegar "a duras penas" hasta el chozo del tío levita y luego a casa.....jajaja

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Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.