sábado, 7 de agosto de 2010

Camino de Santiago v2010 - Etapa III

Etapa 3 - 22 de julio de 2010.
Sahagún-Astorga, 107 Km.
Desnivel acumulado: 731 m.
5 horas y 43 minutos pedaleando.
Salimos a las 8:45 y llegamos a las 15:25.

Sin duda, la mejor etapa hasta ahora. Por fin estamos en el Camino Francés. Ya conocemos estos caminos por haberlos recorrido hace dos años, cuando salimos desde Saint Jean Pied de Port. Por ejemplo, al salir de Sahagún reconocemos el bar en el que, dos años atrás, tomamos unas cervecitas y departimos un rato con los Toparriba de El Puerto de Santa María, Cai.


Hacemos los 55 primeros kilómetros de la jornada sin descanso y a toda velocidad, en formación, abanicos (¡sherpitas haciendo abanicos!¡Dónde se ha visto!) y quitando las pegatinas a un montón de bicis. ¡Por fin vemos peregrinos!. Esto nos anima, en especial a Dani, que no había visto el ambiente del Camino en las dos etapas anteriores.


Algo de fresco, algo de viento...


...pero todo va de lujo. Pedaleamos contentos por un asfalto por el que casi no hay tráfico.


Les hay bien preparados, si señor.


Calzada del Coto, Bercianos del Real Camino, El Burgo Ranero... -¡¡Adios, padre!!-... Reliegos...


Bonito bar de diseño. Arquitectura minimalista en el Camino, creo que esto es Reliegos. No paramos porque sólo admiten Visa Oro. Dejaremos de practicar el sarcasmo, porque en la etapa de ayer habríamos dado el brazo izquierdo por un sitio como éste en los últimos 30 km.


Llegamos a Mansilla de las Mulas, a orillas del Esla, en una hora y tres cuartos, con una media superior a los 20 Km/h. Bebemos en una fuente al lado de un crucero -un tanto kitsch- y nos quedamos pálidos cuando a una de las ruedas de la bici de Javi se la sale el obús de la válvula. Cruzan por nuestras cabezas pasadas aventuras en etapas con 11 pinchazos, reparaciones interminables, etc, etc... Falsa alarma, gracias a Dios. Cruzamos los dedos, pues las averías nos están respetando.


Para mí, la zona “fea” de hoy ha sido la entrada y la salida de León, con obras (aunque menos que hace dos años, según recuerdo), sube y baja continuo y pegados a la carretera, que llevaba mucho tráfico.


En la entrada de León un puesto del 112 nos pone el sello. Dan información sobre la ciudad y el Camino a los peregrinos.


Entramos en León, pasamos por la Casa Botines (parece que están restaurando a Gaudí) y llegamos hasta la catedral, la Pulchra Leonina. A sus pies paramos, que ya es hora de tomar el brebaje mágico, único secreto de nuestro brioso pedalear.



Íbamos a retomar la marcha cuando, ante la insistencia de Javi, ("¡Vamos a detenernos un instante en la Real Basílica de San Isidoro, templo románico del siglo XII!"), tuvimos que parar. Le miramos sorprendidos. Y todavía añadió: "Lástima que no podamos visitar el Panteón Real, considerado como la Capilla Sixtina del románico español". Atónitos, boquiabiertos, accedimos a tan bizarro antojo.


Calmada la extraña sed cultural de nuestro cuñado y sin embargo amigo, y superandos unos cuantos -y puñeteros- repechos...


...llegamos a Hospital de Órbigo. ¡También están en obras, pardiez!. Atravesamos, más estrechos que en la ocasión anterior, el puente del Passo Honroso. Foto de lejos, que de cerca está más feo, con los andamios y toa la pesca.


Al atravesar este querido río tengo que contener una lagrimita de agradecimiento, pues no en vano en su ribera se cultiva prácticamente la totalidad del lúpulo de España. Y ya sabéis, sherpas, ¡que sin lúpulo no hay brebaje mágico!. Así, pues, estemos agradecidos a este río benefactor.

Villares de Órbigo y, después, Santibáñez de Valdeiglesias, en cuyas afueras contemplamos extáticos (de éxtasis) uno de los conjuntos artísticos más sobrecogedores de todo el Camino. No trataré de explicarlo.


Bonito y duro el final, con sendas empinadas y trialeras de subida. Un par de litros de sudor más adelante llegamos al crucero de Santo Toribio (San Justo de la Vega) desde el que se divisa -por fin- Astorga, la "ciudad grandiosa" de Plinio el Viejo, desde la que salía el oro extraído de Las Médulas. Trepidante bajada a San Justo.


Entramos en Astorga (ya estamos en tierras maragatas) por un paso por encima de las vías del tren.


Hambrientos y sedientos, no tardamos en encontrar nuestro hotel y un sitio cercano donde calmar nuestras ansias y necesidades (las confesables, claro). No nos atrevemos con el cocido maragato.



Hay muchas cosas que ver en Astorga, importante enclave del Camino por ser donde se unen el Camino Francés y la Vía de la Plata: Murallas romanas, mosaicos, termas... La Catedral de Santa María es un muestrario (aquí, para mí, en el peor de los sentidos) de estilos: gótico, renacentista, barroco, neoclásico... Palacio Episcopal, otra vez Gaudí.

Esta vez enviamos a Pedro, en representación de todos, a echar un vistazo a ver si en los citados monumentos estaba todo en orden.


Por la mañana me había despertado muy pronto y cansado, sin embargo por la tarde me siento muy bien, pero pendiente de la durísima etapa de mañana. En la habitación dispongo uno de los espejos para que me refleje la tele en la que dan la etapa reina del Tour mientras me sumerjo en el agua templada del baño: Schleck-Contador, Tourmalet... ¡Un par de alforjas como las de Periko les ponía yo!.

Un lujo el patio que hay en el Tepa. ¡En el hotel del duque estamos como marqueses!. Leo un rato, me relajo... Dani también se enfrasca en la lectura del libro que lleva (adminículo que supone el 50% del peso total de sus alforjas). Nos relajamos viendo a las palomas refrescarse en la cantarina fuente.


A media tarde, llega Pilar con Milú, visita rápida. Aprovecho, y descargo de las alforjas alguna ropa sucia para Segovia, aunque cargo más ropa limpia. Al final las alforjas pesan lo mismo, pero voy más limpito. Estupendo.


Cenamos bien (alguno dice que demasiada cantidad) en un restaurante cerca del hotel, en plan casero, recomendado por un familiar de Pedro, Ceci, con el que había quedado por la tarde.

Y con la andorga llena, a la camita, que mañana la etapa promete diversión.

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Trialera: Dícese de la parte del camino donde tus huevos abandonan su lugar para hacerle compañia a la garganta.